martes, 26 de enero de 2016

Cultura y Civilización Persa

Cultura y civilización persa.

En el curso del tercer milenio antes de Cristo, pueblos indoeuropeos abandonan su patria primitiva y se encaminan al Asia meridional, proyectándose los hindúes por el valle del Indo y los arios sobre la meseta que recibió de ellos el nombre de Arana o Irán. Existían dos tribus principales: los medos y los persas, encontrando estos últimos su origen en la costa oriental del Golfo Pérsico. A mediados del siglo VI, los reyes medos establecieron un reino poderoso, logrando extender su dominio sobre los persas y ayudaron a destruir el impero asirio.



En la época de predominio medo, una casta sacerdotal constituida por los magos, ocupan una posición dominante en el culto y veneran a los “ahuras” o los “devas” (antiguas divinidades tribales de los arios) alternativamente o a ambos a un tiempo, sin llegar a contraponerlos. No obstante, para oponerse a los magos medos, los aqueménides persas comenzaron a apoyarse en los “athravanes” o sacerdotes Ahura-Mazda. Finalmente, los persas se alzan ante la dominación de los medos bajo la dirección del joven príncipe Ciro, quien logra destronar al último rey medo y avanza contra otros pueblos. Conquistaría así Lidia en Asia Menor, hacia 546 conquistó enormes extensiones hasta el río Indo e incluso se apoderaría de Babilonia en el año 539. Impuso luego dominio sobre Siria, Palestina y Fenicia. Reunía así bajo su control el Asia occidental, creando el imperio más grande que hasta entonces había existido en la historia. Darío, sucesor de Ciro, consolidó su dominio sobre el imperio que se extendía entre Helesponto y el Indo, entre el Cáucaso y el valle del Nilo.

Más tarde, bajo los sasánidas, la religión mazdeísta se convierte en religión nacional de los iranios. Será la divisa nacional en la lucha contra los estados cristianos del Mediterráneo y, más adelante, contra el califato musulmán. Finalmente el imperio persa sería derrotado por los griegos. No obstante, los persas dejaron una profunda y trascendente huella en la historia humana. A pesar de haber sostenido una religión cuantitativamente no significativa, su importancia y trascendencia radica en que proyecta una religión monoteísta y revelada que tuvo un gran impacto sobre el judaísmo, el cristianismo y otras religiones.

La religión persa corresponde al mazdeísmo. Fue fundada por Zerduscht (Zaratoshtar Sapetmé, cuyo nombre significa “propietario del camello amarillo” y su apellido “tribu blanca” o “raza blanca”; Zarathustra en la denominación persa o zendo y Zoroastro en la denominación griega), razón por lo que impropiamente también se la llama zoroastrismo. Aunque se conviene en que la patria de esta religión es el Irán, específicamente la región de Bactria (que hoy corresponde a Afganistán y Tadzhikistán), existe una fuerte discrepancia respecto de la época de su formación. Los mazdeístas conservadores fijan su origen 6000 años a.C.; otros la estiman originada unos 3000, 2500, 1500 o 1000 años antes de la era cristiana, mientras otros seguidores estiman su fundación unos 600 años antes de Cristo. Por extensión, la misma fecha de nacimiento y muerte de Zarathustra no ha sido determinada con exactitud. No obstante, fue el rey Sapor quien, en el siglo IV a. C., hace recopilar los fragmentos del libro sagrado, llamado Avesta.





Como profeta, al concebir una metafísica con el propósito de purificar las creencias del pueblo y actuar como evangelizador y reformador, Zarathustra desafió a los dignatarios religiosos que mostraban su impiedad y abusaban de su poder para enriquecerse y dominar al pueblo, siendo atacado por éstos. Sin embargo, finalmente logró el inicial apoyo de un monarca (rey Vishtasp del Balkh) y luego el mazdeísmo se convirtió en la religión del imperio persa, llegando a ser incluso la religión dominante en el oeste del Asia, desde los tiempos de Ciro (550 a.C.) hasta la conquista de Persia por Alejandro el Grande. Luego, bajo una monarquía macedonia, la doctrina de Zarathustra fue afectada por la introducción de factores externos, aunque más tarde el mazdeísmo recuperaría su ascendencia.

La separación de las antiguas tribus iranias de las indias de la época se produjo en el segundo milenio antes de nuestra era. En esa época, las creencias religiosas de ambos grupos tribales eran divergentes, igual que su lengua. Originalmente tenían en común tanto el culto a los espíritus de los antepasados, la veneración de animales sagrados (vaca, perro y gallo) como la bebida sagrada (“haoma” iraní y “soma” indio). Existía asimismo coincidencia respecto de los nombres de dioses: el dios solar Mitra, el espíritu del mal Andra (Indra védico); el héroe cultural Iima es el primer pastor y legislador (Iama védico). Sin embargo, diferían en que los “asuras” o antiguos dioses indios, correspondían para los iranios a la veneración de los espíritus “ahura”. Además, los “devi”, que después se convertirían en la India en el principal objeto de culto, para los iranios eran espíritus malignos. Sobre estos fundamentos se desarrollaría después el mazdeísmo.

En lo esencial, el mazdeísmo se establece como religión mono dual en una tierra con una ancestral premisa de religiones politeístas, concibiendo finalmente la existencia de un dios constituido por dos principios activos. De esta forma, Zarathustra afirmó la creencia en un ser supremo llamado Ahura Mazda o el “sabio señor” que creó y contiene en sí un dualismo definido por la lucha entre dos “manyu” o espíritus. Estos son el espíritu del bien (spenta manyu) llamado Ormuzd o divinidad suprema, principio de luz, verdad y justicia, incapaz de maldad, y el espíritu del mal (angra manyu) llamado Ahriman, divinidad que es espíritu maligno, de violencia y muerte, que preside las fuerzas del mal y es dios de las tinieblas.

Debiendo considerarse que desde la antigüedad existen dos modos de concebir la idea de divinidad, donde por una parte hay divinidades del bien y divinidades del mal y, por otra, divinidades que hacen tanto el bien como el mal, en el caso del mazdeísmo, Ahriman o el espíritu del mal es el reflejo imperfecto de Ahura – Mazda, padre de los dos principios. Ha sido suscitado como espejo necesario en el que Dios se capta y comprende. En este misterio, el mal está en Dios y su manifestación le es necesaria pues el absoluto no puede existir solo, so pena de no ser nada. En este contexto, Ormuzd creó al hombre y lo dotó de los medios para ser feliz, pero Ahriman turbó dicha felicidad introduciendo el mal en el mundo.





La doctrina del mazdeísmo afirma la existencia de un estado de confrontación cósmica permanente entre el principio de la luz, Ormuzd, y el principio del mal, Ahriman. No obstante, si bien su potencia es pareja, se llegará a una batalla cósmica final entre Ormuzd y Ahrimán y los espíritus que les están subordinados. Llegado el día, Ormuzd vencería a Ahrimán en una última y total batalla, asegurándose el triunfo final del bien y la condenación a la oscuridad eterna a Ahriman y sus seguidores. El espíritu del mal sería completamente destruido  al fin de los tiempos, dándose término al dualismo y se constituirá un bien supremo que será un todo y en todo. De esta forma, aún el infierno concebido por los persas no estaba destinado a durar eternamente. Todo sería purificado y hasta los ocupantes del infierno serían liberados.

Conforme a la creencia mazdeísta, los sufrimientos y las incoherencias del mundo humano son creadas por la lucha constante entre estos dos principios. De esta forma, este dualismo implica una estricta moral para la humanidad ya que ésta es interpelada a escoger a quien seguir, al espíritu del bien o del mal. Los humanos arbitran en parte esta confrontación pues, con sus acciones buenas o malas, favorecen a uno u otro antagonista. En esta perspectiva, el mazdeísmo sostiene que Ahriman desaparecerá al final de los tiempos, cuando ya ninguna criatura quiera seguirlo. Los persas sentían tal horror ante este principio maligno y escribían su nombre al revés.

Además, Zarathustra consigna la existencia de una revelación divina fundamental. Según la leyenda, Zarathustra recibió revelaciones del dios supremo llamado Ahura Mazda, cuando tenía 30 años de edad, saliendo triunfante del mal y dando a su misión el significado de una lucha contra el poder de las tinieblas en favor del dios de la luz. Por medio de esta revelación, los seres humanos pasan a compartir la sabiduría de Dios. La participación en la divina omnisciencia era, por tanto, proporcionada. De esta forma, la comunicación entre Ahura Mazda y los humanos se produce a través de un conjunto de atributos, llamados “amesha sientas” o “generosos inmortales”, los cuales son descritos como conceptos que a veces son personificados.

Aún más, existiendo revelación a un sujeto determinado, en el mazdeísmo se establece la idea de pueblo elegido al ser Ahura Mazda quien libremente decide a qué pueblo revelarse y hacer depositario de la verdad revelada. Se supone así que los mazdeístas eran exclusivos poseedores de la verdad ya que  eran depositarios de la verdad del dios que se revela.

Asimismo, existiendo un dios supremo, revelación divina y depósito de la verdad, sin más ésta queda registrada en un texto sagrado. Aunque la verdad revelada debía permanecer oculta, parte de ella es inscrita en el “Avesta”, libro sagrado que, significando fundamento y adoración, registraba la revelación oral dada por Ahura Mazda y recibida por Zarathustra durante sus meditaciones en las montañas, quien la transmite a sus prosélitos. El Avesta incluye las palabras originales de su fundador, Zarathustra, preservadas en una serie de cinco himnos llamados Gathas o “cantos puros” (17 himnos con 241 cantos). Los Gathas corresponden a una poética abstracta sagrada, inspirada por un dios único que, como visión universal, pretende el entendimiento del orden cósmico, la promoción de la justicia social y la libertad de opción entre el bien y el mal. En este sentido, el libro sagrado a la vez es código moral, relato mitológico y tratado de magia. Siglos más tarde, algunos sostendrán que partes del Avesta fueron escritas con posterioridad a la revelación a Zarathustra. Por ende, aún en la actualidad la comunidad mazdeísta está dividida entre quienes siguen mayor o exclusivamente las enseñanzas de las Gathas originales, y quienes creen en la importancia de las tradiciones posteriores, también inspiradas por la divinidad.






Conforme a su fundamento, el mazdeísmo implica una vital creencia escatológica pues la creencia en una decisiva y final batalla cósmica entre el principio del bien y del mal, implica la idea de salvación y, por extensión, la de un Mesías. Zarathustra predice la venida de un Mesías, salvador cuyo advenimiento anuncia la proximidad del juicio final. De acuerdo a Zarathustra, el mundo existiría por espacio de doce mil años. Al final del segundo milenio se produciría la segunda visita del Mesías a la tierra como señal de redención de los hombres nuevos. El salvador resucitará a los muertos, separará a los buenos de los malos y los juzgará. De esta forma, a su debido tiempo debía llegar milagrosamente el Mesías definitivo llamado Saoshyant (Saosyat, Sushiyans), nacido de la virgen Hvov, cuya misión consistiría en preparar a los hombres buenos para el fin del mundo.

La religión mazdeísta se constituye entonces con un contenido ético fundamental.  El mazdeísmo afirma entonces que sólo a través de la contemplación, la reflexión y la razón se puede llegar a conocer a Ahura Mazda. La creación está basada en la inmutable ley de “ashá” o rectitud, la cual tiene bajo su control la totalidad de la existencia. Como todo lo creado por Ahura Mazda es el bien absoluto, el bien y el mal son creaciones de la mente humana, que a través de sus pensamientos pasan a sus palabras y sus comportamientos. Aunque contenía rasgos de predestinación, el mazdeísmo establece que el hombre posee la facultad de elegir entre el bien y el mal y, en consecuencia, es responsable de sus actos. El ser humano posee entonces libre albedrío ya que era libre de pecar o no, siendo recompensado o castigado en una vida ulterior de acuerdo a su conducta terrena. El “pardís” o “la mejor existencia” sería el reflejo del buen comportamiento y, el “duaj” o “la peor existencia”, la imagen de sus perjudiciales actitudes. Este estado de ánimo, incluso después de la muerte, acompaña al alma de la persona en la otra vida. No obstante, el mal no es innato en las personas, sino que es fruto de su ignorancia acerca de las leyes de “ashá” o rectitud, y de su pensamiento desviado o inmaduro. Por tanto, la felicidad del ser humano depende de su grado de sabiduría y conocimiento. Asimismo, la libertad de pensamiento y de expresión son un derecho básico de la persona y una garantía para poder elegir el camino correcto. El mazdeísmo enseña por tanto que la única arma para luchar contra los malhechores y atraer adeptos a la fe son los “elocuentes discursos”. La superioridad de unos sobre otros es solamente por su rectitud y bondad. Por extensión, la felicidad debía ser lograda en esta misma vida, manteniendo siempre el cuidado de la naturaleza y dando trato humano a los animales. Los mazdeístas estaban por tanto dedicados a seguir la enseñanza de “homet” o  buen pensamiento, “hojet” o  buen discurso (buenas palabras) y “horshet” o buen comportamiento (buenas obras). Los mazdeístas sostenían que el alma, suprema esencia humana y rayo de luz venido de Ahura,  era la fuente y causa de todos los comportamientos humanos; eran pues optimistas ya que estaban convencidos del triunfo de las potencias del bien. Así, la recompensa para los devotos y bienhechores era, a nivel individual, la felicidad y el sosiego espiritual y, a nivel social, convertirse en parte de Ahura Mazda en el día del juicio final.

El mazdeísmo consigna además que apenas cobraron vida los ancestros de la raza humana, Mashya y Mashyoi, éstos se regocijaron en el mundo creado por Ahura Mazda. Sin embargo, renegaron de la bondadosa divinidad cuando el malvado Angra Mainyu les susurró al oído que él era el verdadero creador. Cuando Angra Mainyú mata a Grajomart, Mashya y Mashyoi estaban absorbidos por el dios de la oscuridad y no atinaron a defender a su padre ni a quejarse ante Ahura Mazda. En castigo por su traición, Ahura Mazda los hizo mortales. Estimaba asimismo el mazdeísmo que Yima era el primer hombre, que habló con Ormuzd y fue creado inmortal, condición que le fue arrebatada cuando dio de comer carne a su pueblo. En castigo tuvo que proteger plantas, árboles y animales, debiendo a la vez combatir a los dañinos, especialmente a la serpiente, el “enemigo de Dios”. Cuando llegue el fin de los tiempos, Dios repoblará la tierra.




En el mazdeísmo, las almas de los muertos se dirigen hacia el puente de Tchinvat. Los justos lo franquean y llegan al Garodemana o Casa de los Cantares, donde Ahura- Mazda tiene su trono. Los pecadores pasan de largo ante él, permaneciendo en este mundo, el Drudjodemana o Casa de la Mentira, hasta el día en que venga el salvador Saoshyant. Como la transformación es llevada a cabo por el salvador, al final de los tiempos los cuerpos humanos se despertarán para participar en el “cuerpo final” o macrocosmos restaurado, momento del reino de la beatitud final tras haberse cumplido la purificación definitiva de las almas justas o pecadoras.

Los ritos religiosos del la Persia antigua eran extremadamente simples, considerando oraciones y ceremonias simbólicas. En sus prácticas rituales no usaban templos, altares o estatuas, y realizaban sus sacrificios en las cumbres de las montañas. Estos ritos religiosos eran regulados por sacerdotes – magos, llamados magi, cuya práctica estaba conectada con la astrología y la magia. El fuego desempeña un rol fundamental en la creencia y rito mazdeísta pues el espíritu del dios Ahura Mazda está presente en el ritual del fuego dirigido por los magos. Adoraban el fuego, la luz, y el sol como emblemas de Ormuzd, fuente de la luz y la pureza. Al igual que el posterior cristianismo, el mazdeísmo relaciona el mal con lo oscuro y la luz con el bien.

La doctrina de Zarathustra se relaciona con uno de los cultos de raíces muy antiguas y al que se le da significación autónoma: el mithraísmo o culto que se rinde a Mithra, hijo - amigo de Ahura Mazda. Mithra es considerado la personificación del sol y tenido por salvador, y cuyo nombre significa amor y fidelidad. Mithra es representado como el poderoso guerrero vencedor del toro mítico.

El culto al dios Mehr (en persa, sol y amor) es una creencia iraní de gran influencia universal. Se trata de un dualismo formado alrededor de una pareja divina, Mithra y Varuna, que son complementarios en todas sus acciones. Esta creencia se propagó por Asia y Europa. Aunque en los antiguos textos del Avesta no figura su nombre, el rey Atajerjes II (405 a 32 a.C.) oficializó su culto. Es más, en la época de los partos y del imperio romano, el culto se difundió significativamente en Irán y otros países, influyendo en las legiones romanas y llegando Nerón a aceptarlo el año 66 como suprema divinidad.

En los siglos II y III el culto de Mithra rivalizó con el cristianismo y ejerció influencia sobre él.






Según la creencia mithraísta, Mehr, al final del mundo, resucitará para llenar el universo de justicia y bondad, vengándose de los opresores. El dios Mehr es concebido como el mediador que pide clemencia para los humanos ante el dios supremo Ahura – Mazda y Angra Manyu. Así, disfrazado de hombre, el dios Mehr sacrifica un animal para regar con su sangre la tierra y ofrecer a sus adoradores pan y vino hechos de la carne y la sangre del animal sacrificado. De esta forma, los seguidores de esta fe realizaban el acto de la eucaristía, procediendo a integrarse al cuerpo del dios mediante la consumisión del pan y el vino, como carne y sangre del dios Mehr. Por extensión, en sus ceremonias, los mitharaístas celebraban el bautizo; empapaban la cabeza del aspirante con la sangre del animal sacrificado. Los mithraístas también sacralizaban el domingo y entendían que Mithra nació de una roca virgen, en una cueva y en medio de una comunidad de pastores, en el período del solsticio de invierno, el 25 de diciembre. Esto hizo que los mithraístas fundaran sus templos en el seno de las montañas o lugares subterráneos. La principal función política atribuida al dios Mehr era presidir las alianzas y garantizar la soberanía de la raza aria sobre las tierras conquistadas.

Zarathustra se rebeló contra esta fe, en especial por sus crueles sacrificios de animales, aunque la influencia de Mehr entre la población le obligó a denunciarlo con sutileza. En el Avesta, Mithra es un ángel que cuida el compromiso y la rectitud bajo la forma de un glorioso rey que, montado a caballo, sale de su morada celestial en una carroza dorada. Se presenta asimismo como comandante y padre de los combatientes con sus mil arcos y mil flechas.

También surgió el zarvanismo, creencia que dominaría el territorio del Irán oriental. La mitología afirma que antes de que existiera el cielo y la tierra, Zarván, dios del templo infinito, reinaba de manera solitaria, en el universo. El, que deseaba tener un hijo, ofreció sacrificios durante mil años. Pero al no obtener resultado, dudó de los poderes de la ofrenda. Justo en el momento de su escepticismo, en su vientre se concibió la semilla de dos gemelos, puesto que Zarván era un ente hermafrodita. Uno de ellos, Ahura, fue resultado de su deseo, y el otro, Ahrimán, producto de su duda. Antes de que nacieran, Zarván había pensado entregar el trono al que saliera antes al mundo. Ahura, al enterarse de la promesa de Zarván, avisó a su hermano. Pero Ahrimán, aprovechando la ingenuidad de Ahura, rasgó el vientre de su progenitor y se presentó ante su padre. Zarván, que esperaba un hijo iluminado que desprendiera fragancia, se encontró con un ente oscuro y maloliente. Cuando nació Ahura, Zarván le reconoció como el fruto de su deseo y le otorgó las ramas de olivo, pero cumplió su promesa y entregó el gobierno del universo a Ahrimán durante nueve mil años y a Ahura, la administración del mundo supremo.

Pasaron así tres mil años. Mientras tanto, Ahura procedió a crear dos mundos, el del espíritu y el de la materia, para que se complementaran. Los dos mundos se pusieron a colaborar estrechamente para enfrentarse a Ahrimán. El objetivo de la batalla entre los dos contrarios es devolver al dios Zarván el sosiego que perdió a causa de su duda.





Tres mil años después, Ahura inventa el universo (tarea en la que invierte un año) en seis fases, siendo creados por orden el cielo, el agua, la tierra, las plantas, los animales y el primer hombre, Kiumars, el mortal imperecedero, que será su representante en la tierra y su colaborador para destruir al principio del mal.

Por su parte, en la época de los Aqueménidas, las ideas del mazdeísmo penetran entre los hebreos. En su momento, los judíos vivían pacíficamente entre los persas y se relacionaban dialogando y negociando en arameo. Con todo, la influencia del mazdeísmo es evidente asimismo en Grecia con el orfismo. La materia, el mundo de las apariencias, se identifica con el principio del mal. Pitágoras evoca la prisión del alma y Platón afirma su creencia en el alma perdida, que ha descendido del reino de la Luz y aspira a regresar a él. Sócrates experimenta su propia naturaleza doble y conversa normalmente con su daimon familiar.

Con tales precedentes, la influencia mazdeísta se proyectaría al cristianismo. Es precisamente del sincretismo de las ideas mazdeístas -  judeo – cristianas, que en el siglo III de nuestra era se desarrolló la doctrina dualista del maniqueísmo, religión de tipo gnóstico. A partir del siglo V, la secta cristiana de los nestorianos experimentó fuerte influencia de esa concepción dualista del mundo. Sobre esta misma base se formó en la Edad Media la secta cristiana de los paulicianos (a partir del siglo VII), de los bogumilos (siglo X), de los cátaros, albigenses y otros (siglos XII y XIII).
Maní, que en arameo significa “mi dios”, nace en el año 216 de la era cristiana en el norte de Babilonia. Siendo su padre un agnóstico que luego se convirtió en bautista, el joven Maní experimentó una gran influencia del mandaísmo. Este movimiento era una combinación de creencias iraníes, indias y griegas, cuyo núcleo ideológico era la purificación del alma y la dualidad en el pensamiento; creían en el rey de las luces y en el de las tinieblas. Todas las bellezas y bondades pertenecían al dios de las Luces y sus contrarios, a su rival.

Se enseña así que en el año 228 d. C., a Maní se le apareció un espíritu llamado Narkhimak, encomendándole divulgar la verdad a los seres humanos, mediante el rechazo de los placeres mundanos y, de esta manera, liberar su alma. A los 34 años, Maní se declaró profeta y se presentó como la encarnación de la ciencia total, el espíritu santo, apóstol de la luz y sucesor legítimo de los mensajeros celestiales como Adán, Zarathustra, Buda y Jesús. La creencia de Maní en la unidad del ser humano se representa en la necesidad de reunirse bajo la bandera de una misma religión, una misma iglesia y un mismo profeta. Durante el reinado del emperador persa Shapur I (241 – 272), Maní gozó del favor del emperador sasánida, lo que le permitió propagar su doctrina hasta en tierras del imperio romano, alcanzando China y Siberia hacia el siglo VII y VIII, persistiendo esta creencia en dichos territorios aún hasta el siglo XV. La llamada “Santa Iglesia” o la “Iglesia de la luz”, teniendo una jerarquía eclesiástica de 12 maestros, 72 obispos y 360 grandes y aceptando a la mujer como propagandistas o sabias de la fe, se abocó desde el principio a una labor misionera para la conversión universal, planteándose la propaganda como un deber permanente.

El dios supremo para Maní era Zarván (no Ahura Mazda), llamado por él “dios de las cuatro caras”, en relación a los cuatro elementos sagrados, los cuales eran asociados a la luz, el poder, la sabiduría y el espacio. El maniqueísmo se basa entonces en la división dualista del universo, en la lucha entre el bien y el mal. La lucha entre estas dos fuerzas origina el mundo y determina el futuro del universo. Para Maní, el cuerpo es el nido donde se cobija Satanás, representante del mal; en cambio, el reino del espíritu es el ámbito de la luz y el bien. El alma, que es iluminada, está encerrada en el cuerpo, que es tenebroso. Tras la muerte, el alma, liberada del cuerpo que es jaula, asciende hasta el sol, corte de las luces y allí se eternizaría. La presencia divina se manifiesta de modo modesto, pacífico y afable, pero es hostigada a cada instante por las belicosas tinieblas del mal. En este contexto, el maniqueísmo difiere del mazdeísmo por su pesimismo. Para los maniqueos, el mundo está actualmente dominado por las tinieblas y la tierra está expuesta al sufrimiento y la injusticia, no siendo probable que la luz triunfe sobre las tinieblas. Aún más, Maní pronostica el fin del mundo a causa de una gran guerra, momento en el cual la mayor parte de la luz abandonará la tierra, anunciando la llegada de un segundo Cristo. Los dioses protectores del universo se desentenderán de su deber, los cielos y la tierra se destruirían, el gran fuego ascendería y sus llamas alcanzarían el paraíso.





Después, cuando los árabes seguidores del Islam invadieron Persia el año 650 d.C., la mayoría de los pobladores de la región fueron compelidos a renunciar a su antigua fe. Los que rehusaron abandonar la religión de sus ancestros, huyeron al desierto de Kerman y al Hindostán, donde permanecieron con el nombre de “parsis”, nombre derivado de Paris, antiguo nombre de Persia, teniéndose noticia que en el siglo VIII aún conservaban en Europa los antiguos libros sagrados iranios. Los árabes los llamaron “guebers”, de la voz árabe que significa no creyente. Un pequeño número de mazdeístas huyó a India y se concentraron en Bombay, donde hasta hoy en día mantienen actividad. Otros permanecieron en sus tierras originarias soportando dura persecución, conversión forzada y altos impuestos.

Tal como influyó en la formación de sectas cristianas, en su momento, en el Asia anterior se formó, entre una parte de los kurdos, la secta de los iesidos (iesid, denominación mazdeísta de los ángeles ized), aún existente. En los pueblos del Cáucaso se advierten huellas del mazdeísmo, en especial en lo referente a ritos funerarios osetinos e ingushos. Hasta comienzos del siglo XX existió el templo de los adoradores del fuego en Bakú. En la actualidad, aunque su cifra real es mucho más elevada, se estima que unos 18 mil mazdeístas residen en Yazd, Kernan y Teherán, actual Irán. Con todo, aunque algunos practicantes del mazdeísmo se oponen, generalmente éstos no aceptan conversos; se debe nacer en esa religión.

En definitiva, ni egipcios ni mesopotámicos, ni después griegos o romanos descansaron sus creencias en una verdad revelada por dioses. Así, en la historia de la humanidad conocida, sólo cuatro creencias religiosas han reclamado la revelación divina como atributo esencial. Son precisamente el mazdeísmo, el judaísmo, el cristianismo y el islamismo los únicos credos oficiales organizados que postulan la revelación divina y la calidad de depositarios de la fe revelada por Dios para la salvación de los seres humanos. Por definición, la reclamación de la revelación y depósito original de la verdad de Dios es una condición de suyo excluyente pues la certeza y seguridad de uno implica la negación esencial de las otras. De hecho, de la posesión de la revelación original y auténtica deriva nada menos que la validez de los textos sagrados, de la condición de pueblo elegido portador de las categorías de bien, verdad y guía de la humanidad.

La naturaleza de estas definiciones fundamentales son clave para entender la radicalidad de sus históricas confrontaciones. La verdad revelada por Dios y su depósito es un hecho innegable, irreductible, inextinguible e irrenunciable que determina una visión y una consecuente misión humana trascendental en la que se debe emplear todas las fuerzas disponibles. En definitiva, en el entendimiento profundo de esta disputa esencial radican las explicaciones de muchos acontecimientos y circunstancias humanas del pasado, del presente y, ciertamente, del futuro.

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