Cultura y civilización egipcia.
La cultura y civilización egipcia es un hito fundamental de las realizaciones humanas. Su realización constituyó una de las empresas más elevadas, no solamente del pensamiento egipcio, sino de todo el pensamiento humano.
Su concepto de vida no sólo marcó toda una época, sino que también ejerció una innegable y profunda influencia sobre la filosofía griega y la moral judía. Más allá de la magnificencia de sus propias realizaciones materiales, cabe considerar que en su seno se establecieron categorías que trascenderían su propio ciclo de existencia y actuarían como factores configuradores de sistemas culturales y civilizacionales posteriores.
La cultura y civilización egipcia forjó un sistema cultural, social y político fundado en una teología solar. A partir de ésta que se constituyó un sistema doctrinario con una trascendente perspectiva idealista de la realidad y se conformó una correspondiente teoría del poder. En consecuencia, al tiempo que el poder se fue centralizando, la religión evolucionó hacia un monoteísmo panteísta.
Se proclamó que en el principio fue el caos, Nun, donde el espíritu del mundo, Atum, yacía difuso e inconsciente. La materia y el espíritu no han sido creados porque fueron en todo tiempo. La creación no es sino la conciencia que el espíritu del orbe tuvo de sí mismo, desgajándose así de la materia y dando a luz al ser puramente espiritual, simbolizado en el sol: Ra. De esta forma, el gran dios creador, Atum-Ra, está formado por dos entidades distintas: Atum, el espíritu del mundo, que al desprenderse, da nacimiento a Ra. Por tanto, Atum y Ra resultan un solo dios: el espíritu del mundo y su conciencia creadora.
Consciente de sí mismo, el espíritu se hace creador. La creación del mundo es la conciencia separándose del caos, la luz apartándose de las tinieblas. Ra, conciencia del mundo, lo concibe. Y, al concebirlo, lo crea. El mundo creado no es más que la materialización del pensamiento divino. Así, la genealogía de los dioses simboliza la evolución de la materia al pasar del caos a la forma. Todo cuanto existe “ha salido de los ojos y de la boca de Ra”, lo que equivale a decir que los seres surgieron del caos inicial a medida que Ra los vio, es decir, los fue concibiendo y los nombró, o sea, quiso que fueran. Así aparecieron, emanados unos de otros, los elementos: el aire y el fuego, los dioses Chu y Tefnet; la tierra y el cielo, el dios Geb y la diosa Nut, a quienes el aire Chu, mantiene separados. Asimismo, desde que los elementos existieron, es decir, desde que el concepto divino se hubo concretado en forma material, el bien y el mal aparecieron, opuestos el uno al otro en lucha constante. El bien, el dios Osiris, es la vida, la fecundidad, la sabiduría; el mal, el dios Set, es la muerte, la esterilidad y la injusticia.
Así, la obra de la creación, una vez desprendidos los elementos, fue completada por realizaciones sucesivas de las que proceden todos los seres. Primeramente los dioses, quienes, como los astros, son espíritus puros, es decir, conceptos; después los seres vivos, a cuya cabeza están los hombres; y finalmente las cosas, dotadas de personalidad o forma, que les da la conciencia divina, sin cesar creadora, puesto que, por el mero hecho de su existencia, el pensamiento de Ra no cesa de concebir y, por consiguiente, de crear. De este modo, para los antiguos egipcios, las verdaderas realidades son los conceptos. Las cosas sensibles no son sino realizaciones imperfectas y pasajeras del pensamiento divino. El mundo, proyección material de la sabiduría y la voluntad del gran principio creador, identificado con el dios solar Ra, es por su esencia lo más perfecto. Por ende, el bien, la sabiduría y la vida se confunden. El idealismo egipcio desemboca, por lo tanto, en una visión optimista del mundo.
Conforme al pensamiento egipcio, el mal existe y se debe al hecho de que la materia es finita. En Ra se concilian los contrarios, “el ser y el no ser”, el pasado y el por venir; es lo absoluto. Los seres sensibles, por el contrario, son materiales y, por consiguiente, finitos. En ellos la vida pugna contra la muerte, es decir, la sabiduría, contra la injusticia; el bien, contra el mal; la forma, contra el caos; el porvenir, contra el pasado. La conciencia divina crea la materia, pero la materia tiende a la nada. Y si el mundo subsiste, es precisamente porque la conciencia que lo informa no cesa de recrearlo.
Cada ser, partícula del todo, implica a la vez materia (ket) y espíritu (ka), y de la unión de estos dos elementos nace la forma, la individualidad del ser, su alma (ba). El hombre, microcosmos del universo, esta constituido por materia perecedera y espíritu inmortal, pero estos elementos sólo se hallan reunidos momentáneamente. Su unión, realizada por la conciencia divina, da nacimiento al alma individual. El alma tiene su origen en la voluntad divina; su fin es retornar al espíritu absoluto del que procede, que es Ra, despojándose de la impureza original de la materia y de la mancha que en todo hombre deja el pecado. Puesto que el espíritu divino mora en cada ser bajo la forma del “ka”, el hombre, para granjearse la sabiduría y practicar el bien, debe volverse hacia el gran dios “ka”. La sabiduría y la moral emanan de Ra, y es él quien las inculca, esto es, las revela.
Todo egipcio, para ganar la vida eterna, debía pues vivir según la voluntad de Ra. El rey debe hacer triunfar la voluntad del “ka” divino que está en él, procurando el reino de la justicia (tal es la justificación de su absolutismo), así como cada hombre debe cumplir la voluntad divina, practicando la caridad, la cual se expresa en las obras de misericordia grabadas en las tumbas. Treinta siglos antes de Jesucristo se constata la inscripción: “Di de comer al hambriento, di de beber al sediento, vestí al desnudo, ayudé a atravesar el Nilo al que no tenía barca, enterré al que no tenía hijos”.
Después de esta vida, el alma del rey, lo mismo que la del más humilde de sus súbditos, será juzgada en el tribunal de los dioses, presidido por la justicia, en presencia del universo entero, representado por el dios Tierra y la diosa Cielo. Si el alma es considerada pura, perdurará eternamente, es decir, su personalidad, espiritualizada, subsistirá en la gloria de lo absoluto divino; si se ha dejado corromper por la materia impura, desaparecerá. En definitiva, las concepciones morales de Egipto se hallan fundamentalmente orientadas hacia el más allá, el cual se alcanza por la práctica del bien. Sólo la conciencia individual puede salvar a los seres humanos, revelándoles los valores universales que la divina sabiduría ha inculcado en el manantial de toda vida.
En razón de estos principios, la religión de los primeros egipcios evolucionó a través de diversas fases, desde el más sencillo politeísmo hasta el monoteísmo panteísta. En un comienzo, cada ciudad o distrito tenía divinidades locales, ídolos tutelares de la localidad o personificación de poderes naturales. Así, la unidad del país bajo el antiguo reino se expresó, no sólo en la consolidación política y territorial, sino también en la fusión de las diferentes deidades. Finalmente, todas ellas se fundieron en una sola, el gran dios del sol, llamado Ra. En tiempos posteriores, con el establecimiento de la dinastía de Tebas, este dios fue designado con el nombre de Amón-Ra, derivado del primer dios tebano. En tanto que el rey absorbía todos los poderes de los antiguos príncipes feudales, Amon-Ra recobraba el rango de dios, agrupando en torno suyo a todos los dioses locales en un sistema renovado de la teología heliopolitana. Pero si Ra había sido el centro de este sistema, los sacerdotes menfitas habían elaborado su teología en torno del dios Pta; a fin de amalgamar el culto, fraccionado en el curso del período feudal en una sola entidad, la teología tebana asimiló a Amón y, al mismo tiempo, a Pta y a Ra. Formaron estos dioses en lo sucesivo una trinidad: Pta-Amón-Ra o sea el cuerpo, el espíritu y la conciencia del mundo, “tres dioses en un solo dios”.
Simultáneamente, aquellos dioses que representaban las fuerzas de la naturaleza se encarnaron en el dios Osiris, también dios del Nilo. A través de la historia de Egipto, estos dos poderes, símbolos del universo, rivalizaron entre sí por la supremacía. No obstante, también fueron reconocidas otras deidades, pero ocuparon un lugar subordinado.
En el período del antiguo reino, la fe en el sol, patentizada en Ra, fue creencia predominante. Era centro de la religión oficial, y sus funciones principales consistieron en dotar de inmortalidad al Estado y, por añadidura, al pueblo. El faraón era el representante vivo de esta religión sobre la tierra; a través de su gobierno se ejercía el gobierno de dios. Esta creencia indujo a suponer que la momificación del cadáver del faraón y su enterramiento en monumentos funerarios de eterna duración, garantizarían la eterna existencia del Estado. Pero Ra no era únicamente una deidad guardiana; era también el dios de la legalidad, la justicia y la verdad, por tanto, sostén del orden moral. No ofrecía a los hombres bendiciones espirituales ni recompensas materiales, ni se relacionaba con ningún aspecto del bienestar humano individual. La creencia solar no se concibió para el particular bienestar de las masas sino en tanto coincidiera éste con el Estado.
El culto a Osiris tuvo su origen en la naturaleza. Este dios personificaba el crecimiento de la vegetación y los poderes vitales del Nilo. Acerca de Osiris la leyenda enseña de que en un pasado lejano habá reinado sobre la tierra como un gobernante benévolo que dictaba leyes y enseñaba a su pueblo la agricultura. Sin embargo, fue muerto traicioneramente por su hermano Set, quien cortó su cuerpo en pedazos y los distribuyó por el reino. Entonces, la esposa de Osiris, llamada Isis, que era a su vez su hermana, buscó las partes dispersas, las juntó y restauró milagrosamente el cuerpo, infundiéndole nueva vida. El dios muerto y resucitado volvió a posesionarse de su reino y continuó con su benéfico gobierno por algún tiempo. Finalmente descendió al mundo de los muertos para actuar como juez. Horus, su hijo póstumo, llegó a la edad viril y dio muerte a Set, vengando a su padre. Originalmente esta leyenda correspondió a un mito natural, donde la muerte y la resurrección del dios simbolizaba la bajante del Nilo en otoño y su creciente en primavera. Pero, con el correr del tiempo, la leyenda adquirió un significado más profundo. Así, la muerte y resurrección de Osiris llegó a ser contemplado como una promesa de inmortalidad personal. Tal como el dios había triunfado sobre la muerte, así podría también el individuo, observando fielmente su credo, merecer la vida eterna. De hecho, la victoria de Horus sobre Set anunciaba la superioridad del bien sobre el mal. Luego, el faraón se convertiría en el hijo de Osiris, es decir, en el Horus viviente, hijo de dios.
El culto de Osiris se convirtió en la forma más popular de religión egipcia. No obstante, Osiris, siendo el dios de la muerte, no confería premios a los hombres en vida, proyectándose así la idea de un más allá. De esta forma, la concepción egipcia acerca de la vida ultraterrena llegó a su pleno florecimiento al finalizar el reino intermedio. Al comienzo se consideró que los muertos continuaban su existencia en la tumba. Para asegurar su inmortalidad debía proveerse a sus cuerpos con artículos esenciales para la vida y con alimentos. Cuando la religión evolucionó, se adoptó la idea de vida ulterior, practicándose ritos de momificación. Se supuso que los muertos comparecían ante Osiris para ser juzgados de acuerdo con sus actos terrenales. El juicio consistía en que el difunto debía primero declarar su inocencia para después declarar sus virtudes. Luego, el corazón del muerto, símbolo de la conciencia, era pesado en una balaza y contrapesado por una pluma, símbolo de la verdad, a fin de determinar la exactitud de su testimonio. Los muertos que aprobaban entraban en un reino celeste de delicia y recreación. Los que no aprobasen a causa de su vida licenciosa, eran condenados al hambre y la sed perpetuas en un lugar oscuro, privadas por siempre de la luz de Ra.
La religión egipcia logró su mayor perfección hacia el final del reino intermedio y principios del Imperio. Durante este tiempo, la creencia en el dios del sol, Amon – Ra, y el culto a Osiris, se habían combinado en forma tal, que aseguraban la influencia de ambos en forma inteligente. La influencia de Ra era equivalente y paralela a la de Osiris como dador de inmortalidad personal y juez de los difuntos. Sin embargo, con el establecimiento del Imperio, esta forma religiosa experimentó graves alteraciones. Su contenido ético fue degradado y la magia y la superstición ganaron ascendiente. Se produjo pues un marcado incremento del poder sacerdotal, el cual contó con el temor de las masas. Codiciosos de bienes materiales, los sacerdotes iniciaron la práctica de vender atributos mágicos, de los cuales se suponía que poseían el secreto de impedir que se descubriera el verdadero carácter del corazón del difunto. También vendían fórmulas escritas, las cuales surtían el efecto de facilitar al muerto el pasaje hacia los grados celestiales. Siendo una colección de escritos funerarios, el llamado “Libro de los Muertos” contenía toda la materia relacionada con las fórmulas mágicas. De esta forma, los buenos hechos y la conciencia libre de reproches se consideraban anticuados.
Esta degradación de las instituciones religiosas, convertido gradualmente en un sistema de magia y fraude, condujo finalmente a una reforma. El dirigente de este movimiento fue el faraón Amenhotep IV, que comenzó su reinado en el año 1375 antes de Cristo. Tras vanos intentos de reprimir los flagrantes abusos, decidió barrer con el sistema entero. Echó a los sacerdotes del templo, borró de los monumentos públicos las inscripciones relativas a las deidades tradicionales e impuso al pueblo la devoción de un nuevo dios llamado Atón, antigua denominación del sol en el sentido físico. Cambió su nombre de Amenhotep por el de Ikhnatón (Akenathón), que significaba Atón está satisfecho.
Más allá de los cambios externos, la reforma del faraón implicó predicar una religión de universal monoteísmo. Se declaró que Atón era el único dios existente, no solamente en el Egipto, sino en el universo entero. Restauró la categoría ética de la religión nacional, al subrayar que Atón regía el orden moral del mundo y que premiaba a los individuos por su integridad y pureza morales. El nuevo dios era eterno, creador y sustentador de todo cuanto es beneficioso para el hombre y, como padre celestial, cuidaba con indulgente celo de todas sus criaturas. Concepciones como éstas, de unidad, justicia y benevolencia divinas, no se volvieron a presentar hasta el tiempo de los profetas hebreos, unos 600 añás más adelante.
No obstante, la revolución propiciada por Ikhnatón no tuvo efectos duraderos. Los gobernantes que le sucedieron en el gobierno del Imperio no se inspiraron en el mismo devoto idealismo. Fue pues Tutankamón, hijo político de Ikhnatón, quien permitió que sacerdotes mercenarios ganaran nuevamente sus antiguas posiciones. Resurgieron las supersticiones y, para las masas, el núcleo ético de la religión se perdió para siempre. Sin embargo, entre las clases educadas, el influjo de las enseñanzas del reformador perduró por algún tiempo. Los atributos de Atón fueron transferidos por esta selecta minoría a AmónRa, tradicional dios del sol que fue aclamado como el único dios, personificación de la justicia, la virtud y la verdad. Era reverenciado como ser eminentemente compasivo y afectuoso que escuchaba las oraciones, ayudaba al pobre y salvaba a los fatigados. Es más, a esta religión de monoteísmo ético se adicionó un elemento de salvación personal por medio del arrepentimiento.
Sin embargo, la adhesión a estas ideas por parte de una minoría no bastó para preservar a la religión egipcia de su ruina. La popularidad y generalización de las prácticas mágicas y supersticiosas, más la degradación del sacerdocio, constituyó un sistema formalista fuente de ignorancia y fetichismo, incluida la adoración de animales y la nigromancia. Asimismo, el mercantilismo de los sacerdotes se mostró desenfrenado y la principal tarea de la religión organizada consistió en la venta de conjuros y encantamientos destinados a acallar la conciencia y embaucar a los dioses para que éstos otorgaran al individuo la eterna salvación. La corrupción del sistema religioso implicó el relajamiento de toda la cultura. La filosofía, el arte y el gobierno estaban tan estrechamente ligados a la religión, que todos ellos se desmoronaron al unísono.
De esta forma., los antiguos egipcios desarrollaron una concepción del universo de un modo completo, analítico y racional. El hombre fue comprendido como modelo a escala del universo; lo mismo es arriba que abajo. Se afirmó que todo existe en una gran realidad, donde todo es uno y uno es todo. El progreso es concebido como proceso de comprensión del universo, estableciendo un vínculo fundamental entre ciencia, filosofía y religión. Determinan la no contradicción entre religión y ciencia; la ciencia es conocimiento y camino de la religión. Al efecto, al establecer que los astros determinan los ciclos de la naturaleza y el hombre comprendiendo la existencia de un mundo dual, de luz y oscuridad, desarrollaron el estudio para el perfeccionamiento del hombre en un sentido espiritual.
Las construcciones del antiguo Egipto, que datan del año 9 mil años antes de Cristo y que requirieron un conocimiento elevado, una depurada técnica y esfuerzo conciente, señalan el tiempo para dar comienzo a una nueva civilización dedicada al perfeccionamiento espiritual. Los templos era el símbolo del proceso del hombre en su camino de reencarnaciones sobre la tierra, siguiendo el recorrido del sol en el cielo. Explicaban pues la vida como parte de un camino de reencarnaciones sucesivas que permiten ir adquiriendo información sobre el universo, evolucionando de la ignorancia a la sabiduría.
Buscando expresar conceptos sobre la realidad y comunicar acciones, los egipcios desarrollaron sus ideas a través de tres tipos de símbolos o de escritura hieroglífica, hierática y demótica. Podían escribir indiscriminadamente en columnas o líneas horizontales para ser leídas en cualquier sentido. Las cabezas de las figuras simbólicas miraban hacia donde comenzaba la frase; así marcaban la dirección en que debían ser leídas. Al parecer constituyeron el primer alfabeto utilizado por el hombre, del cual derivaría el alfabeto fenicio y, de éste, el alfabeto griego. Al convertir las ideas en historias, se facilita su entendimiento. Los sabios sabían que suministrar información, sin que fuese comprendida, era un ejercicio inútil.
Aún más, en el Egipto antiguo ya se concibe la idea de “Neters” o fuerza que es causa primera, entendiéndose que la multiplicidad de dioses corresponden a las representaciones de los atributos o características de un solo ser. De hecho, los egipcios rendían culto al “uno-único-uno” bajo el nombre de “Nout”. Fue precisamente de él de donde Anaxágoras sacó su concepto de “Nous” o la “mente o espíritu potente por sí mismo”, el “motor principal” o primum mobile de todo. Para él, el “Nous” sería Dios, y el logos el hombre, su emanación. Asimismo, significativo es que la aludida voz “Amón”, que significa dios oculto o invisible, se convierte en el origen del final de las oraciones judías, cristianas y musulmanes: “Amén”. Además, el culto a Atón, implica un culto monoteísta de adoración al sol que se encarna en el disco solar, el Atón (disco solar resplandeciente), que después correspondió al disco solar usado por los reyes de Judá como sello real, se convirtió en símbolo fundamental del zoroastrismo y se proyectó en las aureolas que coronan a los santos católicos.
A su vez, el concepto del dios y padre celestial de Ikhenatón, Atón, originó el nombre de Imram. Después, el Moisés judío será llamado el hijo de Amram, su equivalente hebreo. Aún más, el nombre de la deidad egipcia Atón fue transcrito al hebreo, sea como “Adón” o “el Señor”, o bien como “Adonai” o “mi Señor”. Expresiones éstas que se utilizaron junto con Yahvé (Yhwh), que en tiempos más antiguos era escrito pero nunca pronunciado. La imagenería egipcia mostrará a la diosa Isis amantando a su hijo Horus, concebido de manera milagrosa y dios real con el que se identifican los reyes. En esta misma línea, en el templo de Mut, en Karnak, construido por Amenofis III, restaurado por Ramses III y completado con nuevos relieves en la época ptolemaica, presenta en la capilla de Amenofis, dedicada a Amón – Ra, escenas del nacimiento de un niño real referidas a su circuncisión y bautismo.
En el campo del carácter mítico del nacimiento real, el relato de las bendiciones del dios Pta destinadas a Ramsés II y Ramsés II, constatados en papiro leído al rey Keops, se inscribe un poema que describe la concepción divina de la reina Hatshepsut: “Entonces Thot se volvió... Esta mujer de la que tú decías / que resplandezca entre los nobles / Es Amosis (nacida de la luna)... Entonces vino este rey magnífico / Amón, señor del trono de los dos países, / Después de haber tomado la apariencia de su esposo, / La encontró adormecida... Ella pudo verle / En su estatua divina, / Después que se hubo acercado... / Su amor penetró en su cuerpo / El palacio estaba inundado / Del perfume del dios... / Yo soy tu padre / Yo te he engendrado para que tu cuerpo revista una naturaleza divina / Pues he cambiado mi apariencia por la del señor de Menes... / El país será saturado por tu espíritu...”.
Del mismo modo, el mito egipcio de Satmi narra la existencia de Mahituaskhit, mujer de Satmi cuyo nombre significa “llena de larguezas o gracia”, que no había tenido ningún hijo varón, lo que les entristecía sobremanera. Un día ella se dirige al templo para rogar a Ptah y someterse al rito de la incubación. De vuelta a casa, cuenta a Satmi que tuvo un sueño, el cual procede a narrar.
La historia del sueño indica: 1) Satmi se acostó una noche y soñó que se le hablaba diciéndole: Mahituaskhit tu mujer ha concebido de ti (Referencia: Mateo 2, 20 – 25: 20 A José, en sueños se aparece el ángel del Señor, que le dijo: Toma en tu casa a María, tu esposa; lo que se engendró en ella es el Espíritu Santo). 2) Al niño que dará a luz (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 21 Dará a luz un hijo). 3) Se le llamará Senosiris; Se + Osiris, que significa Hijo del dios Osiris (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 21 Le pondrás por nombre Jesús). 4) Y serán numerosos los (prodigios) (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 21 Porque él salvará a su pueblo). 5) Cuando Satmi se despertó de su sueño (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 24 Despierto José de su sueño). 6) Después de haber visto estas cosas, su corazón se alegró mucho. Cumplido los meses de gestación, cuando el tiempo de dar a luz llegó (Ref.: Lucas 1, 46 – 47: Magníficat, exulta de júbilo mi espíritu; Lucas 1, 57: Llegó el tiempo de dar a luz). 7) Mahituaskhit dio a luz a un hijo varón (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 25 (María) dio a luz un hijo). 8) Se le comunicó a Satmi y él le llamó Senosiris, según se le había dicho en el sueño (Ref.: Mateo 2, 20 – 25: 25 Y él (José) le llamó Jesús).
El mito egipcio en referencia agrega la noción de filiación divina al señalar: 1) Amón anuncia su intención de dar un heredero al trono (Referencia: Mateo: de Dios parte la iniciativa de enviar al Mesías). 2) Amón envía su mensajero Thot a la reina (Ref.: Lucas 1, 26 – 28: El ángel Gabriel se aparece a mujer virgen llamada María). 3) Amón comunica su plan al rey (Ref.: Mateo 1, 20-23: Dios comunica su plan a José). 4) Amón se une a la reina e impone nombre al niño (Ref.: Mateo 1, 21: Le pondrás por nombre Jesús; Lucas 1, 31: Le pondrás por nombre Jesús). 5) Khnum forma al niño (Ref.: Mateo 1, 20: El niño es del Espíritu Santo; Lucas 1, 35: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y por eso el hijo será santo). 6) Thot reaparece, saluda a la reina y anuncia el próximo nacimiento divino (Ref.: Mateo 1, 23: El anuncio a José; Lucas 1, 26 – 28: La anunciación a María).
El mito egipcio además indica un parto: 1) Isis y Nefertitis, diosas del parto, ayudan a la reina. 2) Los dioses y los espíritus manifiestan su alegría (Ref.: Lucas 2, 13 – 14: Se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial diciendo gloria a Dios). 3) Dos dioses alejan a los malos espíritus (Ref.: Lucas 2, 13: El ejército celestial). 4) Este niño primogénito está destinado a subir al trono de Horus el eterno (Ref.: Lucas 2, 7: Dio a luz a su hijo primogénito; Lucas 1, 32 – 33: Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin). 5) Un mago profetiza el nacimiento de tres reyes engendrados por Ra (Ref.: Mateo 2, 1 – 2: Los magos anuncian el nacimiento del rey de los judíos). 6) El rey se entristece (Ref.: Mateo 2, 3: El rey Herodes se inquieta). 7) El rey pide precisiones sobre el día del nacimiento (Ref.: Mateo 2, 7: Herodes pide precisiones sobre el tiempo de la aparición de la estrella). 8) El rey quiere ver a los niños y el mago debe facilitarle el desplazamiento (Ref.: Mateo 2, 8: Herodes quiere rendir homenaje al niño; los magos deben indicar el lugar donde se encuentra). 9) La sirvienta de Reddjedet, madre de los tres niños, amenaza con explicar a Keops, el rey, la presencia de los tres futuros reyes. 10) A la sirvienta la devora un cocodrilo; el peligro es evitado (Ref.: Mateo 2, 12 – 13: Por los sueños de los magos, Dios evita el peligro).
El mito narrado consigna así el reconocimiento del niño: 1) Amón visita al niño, lo toma en sus brazos, le dirige unas palabras de bienvenida (Ref.: Lucas 2, 28: Simeón va a ver al niño en el templo, lo toma en brazos y le bendice). 2) El niño real es amamantado por los Hathores. 3) Entronización y bautismo mediante ablución (Ref.: Mateo 3, 13 – 17: Bautismo y ablución; Lucas 3, 21 – 22: Bautismo y ablución). 4) Proclamación oficial del nuevo rey por enumeración de sus nombres oficiales (Ref.: Lucas 3, 23 – 28 genealogía de Jesús). 5) Proclamación por primera vez del nombre solar o filiación divina (Ref.: Mateo 3, 17: Este es mi Hijo amado a quién he elegido; Lucas 3, 22: Tú eres mi Hijo amado a quién he elegido). 6) El faraón manda adorar a los dioses de su padre (Ref.: Mateo 4, 1 – 11: Tentación y 4, 10: Al Señor tu Dios adorarás; Lucas 4, 1 – 13: Tentación y 4, 8: Al Señor tu Dios adorarás).
Relación singular existe asimismo entre el “Himno a Atón” y el bíblico Salmo 104: “Tú te elevas espléndido en el horizonte...” (Salmo 104: Te has vestido de gloria y de magnificencia)… “Tú brillas en el horizonte del Oriente” (Salmo 104: El que se cubre de luz como de vestidura)… “Tú colmas la tierra con tus dones” (Salmo 104: Del fruto de sus obras se sacia la tierra... la tierra está llena de tus beneficios)… “Los hombres despiertan y saltan sobre sus pies a causa de ti.” (Salmo 104: Sale el hombre a su labor y a su labranza hasta la tarde)… “Las ovejas brincan” (Salmo 104: Los montes altos para las cabras montesas)… “Tus rayos penetran hasta el fondo del mar” (Salmo 104: Que estableces tus aposentos entre las aguas)… “Tú has creado el Nilo en el Mundo Inferior y lo llevas sobre la tierra, donde Tú quieres, para alimentar a los habitantes de Tarneri” (Salmo 104: Tu eres el que envía las fuentes por los arroyos... Dan de beber a todas las bestias del campo; mitigan su sed los asnos monteses)… “Tú has colocado al Nilo en el cielo, para que caiga para ellos” (Salmo 104: Él riega los montes desde sus aposentos)… “Cuán numerosas son Tus obras y misteriosas a nuestros ojos” (Salmo 104: Cuán innumerables son tus obras, oh, Yaveh, hiciste todas ellas con sabiduría)… Eres bello, grande, deslumbrante (Salmo 104: Yahvé, Dios mío, tú eres muy grande)… Tú satisfaces sus necesidades, cada uno tiene su alimento (Salmo 104: Todos esperan de ti que les des a su tiempo el alimento)…”.
El mito y el ritual egipcio no se reservaron sólo para uso de los egipcios; ejercieron fascinación sobre los griegos primero, y sobre los romanos después. Heródoto consigna claramente: “Los nombres de casi todos los dioses han venido a Grecia procedentes también de Egipto. Que efectivamente proceden de los bárbaros, constato que así es, merced a mis averiguaciones; y, en ese sentido, creo que han llegado, sobre todo, de Egipto”.
Con todo, Hermes Trimegisto advierte: “¿Ignoras, oh Aslepios, que Egipto es la imagen del cielo, o mejor dicho, que es la proyección de aquí debajo de todo el orden de las cosas celestes? A decir verdad, nuestra tierra es el centro del mundo. Sin embargo, como los sabios deben prevenir todo, hay una cosa que debéis saber: vendrá un tiempo en el que parecerá que los egipcios han observado en vano el culto a los dioses con tanta piedad... La divinidad se retirará de la tierra y subirá al cielo, abandonando Egipto, su antigua morada, y dejándolo huérfano de religión, privado de la presencia de los dioses. El país y la tierra, se llenarán de extranjeros y no solamente se descuidarán las cosas santas, sino lo que es aún más duro, la religión, la piedad y el culto a los dioses serán prescriptos y castigado por las leyes. Entonces esta tierra, santificada con tantas capillas y templos, quedará cubierta de tumbas y muertos. ¡Oh Egipto, Egipto! No quedarán de sus religiones más que vagos relatos en los que la posteridad ya no creerá, y palabras grabadas en piedra que cuenten tu piedad”.
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