G.1.6. Cultura y civilización griega.
Los elementos más significativos de la cultura occidental tienen su origen en la antigua Grecia. De ahí provienen los principios fundamentales del derecho y del gobierno, conceptos básicos de las ciencias y matemáticas, normas y formas esenciales de las artes y letras, las raíces de muchas palabras de las lenguas modernas y, ciertamente, las ideas centrales del pensamiento filosófico. Con la perspectiva del tiempo, posible es señalar que el pueblo griego o heleno es el que en la historia mejor ha ejemplificado el espíritu del hombre occidental. Ninguno demostró devoción tan pronunciada por la libertad, ni firme creencia en la nobleza de las concepciones humanas. Los griegos recibieron el influjo de múltiples culturas y glorificaron al hombre.
En el tiempo en que Egipto alcanzaba su mayor poderío bajo los faraones del Reino Nuevo, en las islas del Mar Egeo se desarrollaba la floreciente civilización minoica. Su centro era la isla de Creta, que había sido gobernada por el rey Minos. La riqueza y el poder de Creta no se basaron en la fuerza militar, sino en la industria y el comercio marítimo. Luego, hacia el año 1900 antes de Cristo pueblos indoeuropeos provenientes de las llanuras del Danubio, penetraron en la península de los Balcanes y se extendieron hasta el Peloponeso y forman la civilización micénica. La tradición griega los recuerda con el nombre de aqueos, donde sus más poderosos reyes fueron Micenas y Tirinto. Desde el Peloponeso los aqueos extendieron su dominio sobre el Mar Egeo. Después, hacia el año 1200 antes de Cristo, nuevos invasores indoeuropeos, los belicosos dorios, penetraron en la península griega desde el norte. Sus espadas y escudos de hierro les dieron la superioridad sobre las armas de bronce de los aqueos y conforman la civilización doria. Los aqueos abandonaron los territorios que habitaban, refugiándose en Atica, otras islas del Mar Egeo y la región costera de Asia Menor conocida como Jonia. De la mezcla de los distintos grupos emergió el pueblo griego.
En Grecia surgen así las Ciudades – Estados y las comunidades de la edad heroica dan lugar a conglomerados políticos complejos. Impacto especial tiene el desarrollo de la ciudad - estado de Esparta, donde el militarismo infunde pleno carácter a la cultura. Surgió también Atenas y se desarrollaría la democracia ateniense, ciertamente no extensiva a toda la población, sino únicamente a la clase ciudadana. De esta forma, es en este contexto que se crean las condiciones objetivas para que con fuerza emergiera la filosofía griega, la cual sostiene un proceso evolutivo de maduración que sentará principios fundamentales de la cultura occidental.
En este mundo, la mitología griega o historia fabulada de los dioses y héroes de la gentilidad expresa sus categorías de creencia y cosmovisión de un modo esencial, revelando una matriz fundamental del campo cultural occidental. Entre tantas otras, la mitología griega relata el combate de Hércules (Herakles) con el gigante Anteo, hijo de la tierra, quien le cerraba el paso al Jardín de las Hespérides, jardín cultivado o lugar del saber donde se encontraban los árboles que tenían por fruto manzanas de oro. Las Hespérides son las hijas negra, roja y blanca del Atlas - que a la vez es montaña y dios- y a las cuales se les ha confiado por igual la custodia de dicho jardín. Tras derrotar a Anteo y apropiarse de las manzanas del conocimiento, instrumento de civilización, Hércules ha de separar los montes Calpe y Abyla (las dos columnas), aislando Europa de África y creando el actual estrecho de Gibraltar.
En la mitología griega no existen dioses demiurgos, es decir, uno que crea el mundo desde la pura nada. Afirma pues la mitología griega que los dioses son el universo, el cual no es sino un racimo de dioses. Precisamente, es un dios que un día despertó y, el hecho de despertar, fue en sí mismo un acto que le alumbra internamente y en derredor de sí. Conforme iba viendo iluminada las cosas, era como si las creara o recreara por primera vez.
Además, los griegos creían que la tierra era plana y circular, con Grecia al medio de ella, siendo su punto central el Monte Olimpo, lugar donde residían los dioses. Alrededor de la tierra fluía suavemente y con el mismo caudal, el océano, de sur a norte en el lado oeste y de norte a sur en el lado este. La parte norte de la tierra se suponía habitada por una raza feliz llamada los Hiperboreanos, quienes vivían en eterna gloria y primavera más allá de las montañas de cuyas cavernas salía el punzante viento norte. Su país era inaccesible por tierra o mar y vivían libres de enfermedades, vejez, fatiga y guerras. En el lado sur de la tierra, vivía un pueblo feliz y virtuoso, llamado los Etíopes. Los dioses los favorecían tanto que, a veces, éstos dejaban el Olimpo para compartir sus sacrificios y banquetes. En el borde oeste, al lado del océano, se extendía un agradable lugar llamado Plano Elíseo, donde los mortales favorecidos por los dioses eran transportados sin sentir la muerte, para disfrutar la inmortalidad gloriosa.
Zeus, el padre de los dioses y hombres, era hijo de los titanes Cronus y Rea, los que a su vez eran hijos de Gaia (tierra) y Urano (cielo), quienes surgieron de Caos. Antes de que la tierra, el mar y el cielo fueran creados, todo lucía de un solo aspecto, estado al cual se le llamaba Caos, masa confusa y amorfa con el peso de la nada en la cual, sin embargo, estaban dormitando las semillas de todas las cosas. Así, tierra, mar y cielo estaban entremezclados completamente hasta que Eros intervino y puso fin a esto, separando la tierra del mar y del aire. La parte más vehemente, éter -hijo de Erebus (oscuridad) y Nyx (noche)- que era la más liviana, se fue hacia arriba y formó los cielos; el aire siguió en peso y lugar. La tierra, que era la más pesada, se fue hacia abajo y el agua se ubicó sobre ella. Eter es uno de los elementos del cosmos y es mencionado como el alma del mundo desde el cual emanó toda la vida. En algún momento un dios ocupó sus buenos oficios para disponer la tierra con ríos, bahías, montañas, bosques, valles y campos fértiles. Estando limpio el aire, comenzaron a aparecer las estrellas y los peces tomaron posesión del mar, las aves del aire y las bestias de la tierra.
Según la creencia de los griegos, los dioses residían en el Monte Olimpo, en Tesalia. Los dioses no se mantenían aislados, sino que participaban en la vida de los mortales. Incluso, de la unión de dioses o diosas con los mortales nacían los héroes. Una puerta de nubes, guardada por las diosas de las estaciones, permitía la pasada de los celestiales hacia y desde la tierra. Los dioses se alimentaban de néctar y ambrosía, su alimento y bebida, recolectado por la diosa Hebe (juventud), permaneciendo así eternamente jóvenes. Conversaban sobre los asuntos del cielo y la tierra mientras Apolo los deleitaba con su lira y las musas cantaban. A la puesta del sol, los dioses se retiraban a sus habitaciones separadas.
Las deidades griegas eran antropomórficas, se parecían a los hombres, pero eran más poderosos y perfectos que los humanos y eran, ante todo, inmortales. No eran seres remotos y omnipotentes como los dioses de las religiones orientales habrían inspirado temor y no seguridad. De hecho, los griegos imaginaban deidades dotadas de atributos iguales a los suyos: cuerpos, debilidades y ansiedades humanas; los imaginaban cansados, durmiendo, comiendo y alternando libremente con los mortales y hasta procreando con mujeres de la tierra. Es más, los dioses no eran omnisapientes ni todopoderosos. Por encima de ellos estaba la moira, el destino inexorable, cuyos designios debían ser cumplidos por dioses y hombres para que el cosmos (orden) no se convirtiese en caos.
Si bien los dioses eran venerados en toda Grecia, no había una religión nacional. Cada religión y ciudad tenía su culto local. La religión no contenía dogmas, sacramentos ni rituales complicados. En este sentido, la religión operó principalmente como un sistema explicativo psicofenomenológico. Interpretaron al mundo físico de modo de apartar del hombre la conciencia de sus misterios aterradores, dándole a la vez un sentimiento de estrecha comunidad con él. Por medio de la religión impetraron por su intermedio beneficios materiales como buena fortuna, larga vida y abundantes cosechas. Los griegos no esperaron que su religión les redimiera del pecado o les otorgara beneficios espirituales. Así entonces, la piedad no era norma de conducta ni de fe.
La religión de los griegos era monista en términos de no concebir una figura demoníaca. Las deidades griegas podían inducir a los mortales tanto al bien como al mal e incluso podían engañarlo. Así, se muestra indiferencia hacia la vida de ultratumba, procediendo a no prestar cuidado especial a los cadáveres de sus muertos, aunque presumían que sus sombras o espíritus sobrevivían por un tiempo en Hades, situado bajo la tierra.
De la religión se derivaba la moral, de modo que, como el hombre dependía de los dioses, debía evitar la soberbia (hybris) y practicar la templanza (sophrosyne). La virtud consistía en la observación de la medida justa. Para ser virtuoso, había que conocerse a sí mismo. El templo de Apolo en Delfos llevaba la inscripción: “Conócete a ti mismo”. Por extensión, la moralidad no descansaba sobre la base de sanciones sobrenaturales. Nadie era recompensado por sus buenas acciones ni tampoco castigado por sus pecados. De hecho, glorificaron las pasiones que dominan el alma humana con el fin de hacer perder al individuo el dominio de sí mismo, circunstancia esencial para el éxito guerrero.
De esta forma, la cultura helénica exaltaba la sabiduría como una de las virtudes cardinales del hombre. Proyecta pues la cultura griega un ánimo optimista, confiado en que la vida merecía ser vivida por sí misma; no había razón para volverse a la muerte y contemplarla como fuente de feliz liberación. Las prácticas helénicas rechazaban toda mortificación del cuerpo y todas las formas de autonegación que generaran la asfixia de la vida. Por tanto, era individualista, egoísta, y, en general, se esforzaba por lograr el goce. Desarrolla una visión humanista referida a una preferencia por lo finito y natural, por sobre los sobrenatural y sublime. Los griegos eran pues devotos de la libertad humana.
El influjo cultural del mundo griego se plasmó cual impronta en muchos órdenes. De hecho estableció conceptos que el mismo lenguaje occidental preserva hasta nuestros días. De esta forma, aún hoy se socializan categorías referidas, por ejemplo, a Afrodita, diosa del amor, belleza y el éxtasis sexual; Armonía o diosa de la armonía y la concordia; Arpías o doncellas aladas cuyos talones tenían ganchos afilados para castigar y atormentar; Asia o ninfa del mar; Europa, hija de Agenor de la que se enamoró Zeus; Atenea., diosa de la sabiduría, guerra, artes, justicia y destrezas; Atlas, condenado por Zeus a sostener la tierra y los cielos por siempre sobre sus hombros; Cerbero, perro guardián de tres cabezas y cola de serpiente que cuida la entrada al submundo, donde reinaba Hades; Dionisio, conocido como Baco por los romanos, era el dios del vino y teatro; Eolo, deidad que custodia los vientos; Eros o dios del amor y del deseo; Hades, hermano de Zeus cuyo nombre proviene de “demonio del abismo” y es dios del submundo; Heracles o Hércules en latín, hijo de Zeus que fundó los juegos olímpicos; Hermafrodita; Hipnos, dios del sueño; Mania, personificación griega de la locura; Morfeo, dios de los sueños; Aquiles, alude a un punto débil o talón de Aquiles; Narciso, hermoso joven que menospreció el sexo y murió como resultado de ello; Pan, dios de los campos que al nacer aterrorizó a su madre quien sintió pánico por su aspecto de sátiro; Tártaro, región más baja del mundo que es prisión para los dioses derrotados; Hermes, alude al sello hermético; Fatas, origina lo fatídico; Mentor, corresponde al sabio confiable; Tanatos, se refiere a la muerte; Odisea, alude a la experiencia de una odisea; Panacea, se refiere a una cura universal; Psiquis, dice relación con la personificación del alma humana; Quimera, es un monstruo; Titanes, raza de gigantes que personificaban las fuerzas de la naturaleza; Pandora, primera mujer creada a quien los dioses dotaron de muchos talentos, quien portaba una caja como regalo de bodas que nunca debería abrir. La curiosidad de Pandora fue sin embargo tan grande, que a escondidas la destapó y dejó escapar de ella horribles bichos alados, llamados plagas. No obstante, en el fondo quedó, sin escapar, la esperanza, lo que evitó que los hombres se mataran de desesperación.
La religión cívica, según existiera en tiempos de las ciudades – estados, desapareció y su lugar fue ocupado por doctrinas epicúreas, estoicas y escépticas. Los menos inclinados a la religión se volvieron al culto de la buena fortuna o se hicieron adeptos del ateísmo dogmático de Teodoro y Euhemero, quien enseñaba que todos los dioses habían sido originariamente gobernantes, conquistadores o héroes, hombres en fin, de todos modos notables.
En este contexto, entre la masa del pueblo se hizo cada vez más notoria la tendencia a las religiones emocionales de origen oriental. Los cultos órficos y eleusianos, el culto a la diosa – madre egipcia Isis y la religión astral de los caldeos (astrología) se difundieron ampliamente y fueron entusiastamente acogidos por el mundo helenístico. También influiría la dispersión judía como resultado de la conquista de Palestina por Alejandro Magno. No obstante, la más poderosa influencia provino de la proyección del mazdeísmo a través del mitraísmo y el gnosticismo, las cuales plasman un desprecio hacia las cosas del mundo y una clara doctrina de redención personal, ideas que satisfacían el sentido de inutilidad de esta vida existente en la élite y la gente común.
Asimismo, a partir del siglo IV a. C., trascienden los cultos mistéricos, centrados en la búsqueda de inmortalidad gracias a la iniciación ritual en el paso de la muerte a la vida de un determinado protagonista divino y cuyas peripecias son narradas por medio de mitos de estructura cruenta (muerte – resurrección) o incruenta (descenso al ínfero y ascenso a la vida). De hecho, en Grecia se celebran las grandes fiestas mistéricas Thesmoforias y Anthesterias. Las Thesmoforias tenían como protagonistas a la diosa Deméter, gran diosa de la fertilidad. Se trata de un mito incruento, análogo al de la antigua Ishtar mesopotámica. Perséfone, la hija de Deméter, fue raptada por Hades, quien la llevó al ínfero. La diosa Deméter, abandonando el Olimpo, dejó de dar fertilidad a la tierra para descender allí de incógnito, hasta llegar a un lugar donde trabajó como institutriz de un niño a quien inició en el secreto de la inmortalidad. Deméter se reveló como diosa y dio oportunidad de construir un santuario donde celebrar el rito que había mostrado, donde quienes fueran introducidos en él, superarían la muerte y ascenderían a la nueva vida, tal como el mito narra que ocurrió finalmente con Perséfone, quien fue liberada del Hades, ascendiendo junto a Deméter a la vida inmortal, con su hijo Brimos, nacido en el ínfero.
En Atenas, se celebraban las Anthesterias, que constituían un culto mistérico cruento, cuyo protagonista era Dioniso – Baco. Su núcleo está en el despedazamiento de ese personaje divino, presentado como un niño cornudo rodeado de serpientes, por las fauces de los Titanes, quienes hirvieron sus pedazos en una caldera, mientras un granado brotaba de la tierra donde había sido derramada su sangre. Pero Rea (Cibeles) reconstruyó sus miembros y, así, volvió a la vida junto a Zeus, su padre.
Asimismo, el primer mito de Orfeo es incruento, de descenso y ascenso. Con su lira descendió al Hades a recuperar a su amada Eurídice, quien había muerto por la mordedura de una serpiente. Orfeo encantó con su música a los poderes infernales, incluido al mismo Hades, quien le concedió la liberación de Eurídice a condición de que, durante su ascenso, Orfeo nunca mirara hacia atrás, hasta que Eurídice hubiera visto la lux exterior. Pero cuando ya Orfeo vio brillar la luz, miró hacia atrás para asegurarse si Eurídice lo seguía, ésta quedó sepultada de nuevo en las tinieblas, sin poder ascender con él a la nueva vida.
El segundo mito de Orfeo es cruento en tanto éste es despedazado por las Ménades dionisíacas, manteniéndose intacta sólo su cabeza, que se conservó depositada en una cueva, convirtiéndose ahí su palabra en un oráculo. Ello determinó que el dios Apolo se molestara, prohibiéndole profetizar. Desde entonces, la cabeza de Orfeo dejó de hablar. Se formaron comunidades órficas que mantenían rituales dionisíacos, consumiendo carne y sangre cruda de toro como una especie de “banquete de comunión” con la divinidad, en la esperanza de tener así la garantía de la inmortalidad. Al morir se los enterraba con amuletos y frases herméticas que aseguraban al difunto poder encontrar el camino de acceso a la vida en el más allá.
En este contexto, si bien la figura de la paloma aparece asociada a las diosas madre, es para acercarse a la virgen Ftía, en Aigión, que el dios del cielo adoptó la forma de una paloma. Es más, los iniciados de Atis, llevaban tatuado el número 616, el de la bestia, después trasladado a Roma, pasando a ser 666 al corresponder a la ghematriah, suma de las letras que formaban en hebreo el nombre maldito de Nerón - César, el “nuevo sol” enemigo de los cristianos.
No obstante, lo que en lo principal define a Grecia como matriz fundamental de Occidente, es su filosofía. Con posterioridad, difícilmente se desarrolla un sistema de pensamiento que no fuese anticipado por la filosofía griega. Tanto es así que, la diversidad filosófica que gradualmente se desarrolló en Occidente, parece una sucesiva y periódica actualización histórica de los diversos modos del profundo razonamiento helenístico.
Tales, Anaxímines y Anaximandro.
En una primera etapa, la filosofía griega se ocupa del mundo físico. La filosofía griega tuvo sus orígenes formales en el siglo VI a.C. en los trabajos de la llamada escuela de Mileto, de filosofía científica, materialista y monista. Procurando determinar la naturaleza del mundo físico, creyeron que todas las cosas podían ser reducidas a una sustancia primaria o hecho original que sería la fuente del mundo y que hacía que todo volviera a tornar. Tales, fundador de esta escuela, percibiendo que todos los elementos tenían humedad, sostuvo que esa sustancia era el agua. Anaxímines consideró que era el apeiron y Anaximandro que era el aire, en tanto no podía ser una sustancia particular alguna sino alguna materia no engendrada ni perecedera que abarcaba y dirigía todas las cosas, y que llamó a esta sustancia lo infinito, ilimitado, incorruptible y divino que todo lo abarca y dirige. En su momento afirma Anaximandro: “El origen de todo lo que existe es el infinito, y así como todo lo que es hubo de empezar a ser, así dejará de ser cuando llegue su momento”. Anaximandro mismo sostendrá que el hombre viene del pez.
Pitágoras, Jenófanes, Parménides, Heráclito y Demócrito.
En su segunda etapa, la filosofía griega se ocupa del mundo metafísico, centrándose en cuestiones relativas a la naturaleza del ser, proyectándose así las ideas de permanencia y cambio. Antes de finalizar el siglo V a.C., Pitágoras enseñó que la vida contemplativa es el bien supremo y que para lograrlo el hombre debía despojarse de las tentaciones de la carne. Sostuvieron los pitagóricos que la esencia de las cosas no radica en su sustancia material sino en un principio abstracto: el número. Su significación reside en la radical diferencia entre lo bueno y lo malo, el espíritu y la materia. Por su parte, Jenófanes, quién era monista y creía en la unidad de la naturaleza, concibió el panteísmo al entender que Dios era la causa generadora de todas las cosas e idéntico al universo mismo.
Parménides sostendrá a su vez que la estabilidad o permanencia es la verdadera naturaleza de lo creado y que el cambio y la diversidad no son sino una ilusión de los sentidos. Significaba con este pensamiento que, bajo los cambios superficiales, hay principios perdurables que no pueden ser percibidos con nuestros sentidos pero que pueden ser descubiertos por medio de la razón. En términos contrarios, Heráclito concibe la realidad como proceso de eterno cambio, como perpetuo devenir, de modo que sólo el cambio es real ya que el cosmos está en condición de permanente flujo.
De esta manera, al fluir todo, es imposible entrar dos veces a la misma corriente. Por ende, creación y destrucción, vida y muerte, no son sino anverso y reverso del mismo cuadro. Sólo lo que sentimos tiene categoría de realidad y que la evolución y eterna mudanza son leyes universales, razón por la que ninguna sustancia fundamental subsiste inmutablemente a través de la eternidad. En definitiva, cada cosa se convierte en su contrario; todo lleva en sí mismo su opuesto y el porvenir nace de contrastes. Todo se produce por una lucha que se produce de modo necesario. Por ende, la guerra es la madre de todas las cosas. Con todo, Proclo fue el primero en señalar el carácter triádico del procedimiento dialéctico.
En este contexto, aunque fue Leucipo su generador, sería Demócrito en el siglo V a.C. quien desarrolló la teoría del átomo. Los atomistas sostuvieron que los constituyentes definitivos del universo eran los átomos, infinitos en cantidad, indestructibles e indivisibles y diferían en forma y tamaño. A causa del movimiento inherente a su estructura se juntan o separan en diversa proporción, resultando cualquier objeto del universo. Los objetos de la realidad son pues producto de la concurrencia azarosa de los átomos. Representando pues la más alta tendencia materialista, Demócrito negó la inmortalidad del alma y la existencia de un mundo espiritual.
Protágoras.
En su tercera etapa, la filosofía griega se concentra en el hombre mismo. Hacia la mitad del siglo V a.C. se inició una revolución intelectual en Grecia. La ascensión del hombre común, el incremento del individualismo y las demandas ante los problemas prácticos produjeron una marcada reacción contra los antiguos modos de pensar. Los filósofos abandonaron entonces el estudio del universo físico y se ocuparon de los principios íntimamente relacionados con el hombre.
Surgen pues los sofistas, nombre dado por los griegos a todos aquellos que se dedicaban al estudio de los conocimientos o a un determinado arte. Este concepto se aplicaba especialmente a los educadores de inteligente lenguaje que, desde el año 450 a.C., acostumbraban viajar por toda Grecia impartiendo sus conocimientos mediante discursos y la percepción de honorarios. Les cabe el mérito de haber popularizado sus conocimientos y de haber creado en las gentes del pueblo el interés de aprender y desarrollar la elocuencia, cosa antes limitada a un reducido círculo de personas.
Del sofismo, su implacable adversario Platón, dirá: “El sofista es del género de aquellos que discuten para ganar dinero. Se nos muestra, sobre todo, como el que tiene apariencia de ciencia y no una ciencia verdadera. Por sofística debe entenderse el arte de apropiar, de adquirir con violencia, a manera de la caza de los animales..., caza humana que busca un salario y salario a dinero constante, y que, con el aparato engañador de la ciencia, se apodera de los jóvenes ricos y de distinción”. Por su parte, de éste dirá Aristóteles: “Vamos a tratar ahora de los argumentos sofísticos, es decir, argumentos que parecen ser tales pero que, en realidad, no son más que falacias y nada tienen de argumentos o refutaciones”
Protágoras (490 – 420) fue el más célebre sofista y sentenció: “El hombre es la medida de todas las cosas”. Afirmó así que la bondad, belleza, verdad y justicia están condicionadas por las necesidades e intereses de la naturaleza del hombre. Por tanto, ya que la percepción de los sentidos es la fuente única del conocimiento, solamente existen verdades particulares determinadas en tiempo y lugar. Así entonces, la moralidad cambia de un pueblo a otro. Los sofistas condenaron la esclavitud y proclamaron los derechos del hombre común. Por extensión, luego surgió el sofismo extremo, sistema que transforma el escepticismo de Protágoras en solipsismo. Fue Gorgias quien sostuvo la doctrina de que la mente humana nunca podrá conocer otra cosa más que sus propias impresiones subjetivas. Gorgias, que se llamó a sí mismo retórico y no sofista, concibió un sistema nihilista consistente en que nada existe, que si algo existiese nada podríamos saber de ello y que en caso de que algo existiese y pudiese ser conocido, sería incomunicable. Afirma Gorgias: “Si existiera la realidad absoluta, sería inconocible; si fuera conocible, sería inexpresable”. En definitiva: “Nada existe; si algo existió, no se sabe”.
Sócrates.
Así la filosofía griega alcanza su cuarta etapa de desarrollo y pasa a ocuparse de las cosas del hombre en mundo. Constituyendo una reacción contra el sofismo y su discurso de relativismo, escepticismo e individualismo, que algunos entienden conducirá al ateísmo y la anarquía, no siendo posible en esos términos la subsistencia de la moralidad, del Estado ni de la misma sociedad, se afirmará una teoría donde la verdad es real y existen normas absolutas. Representando la edad de oro de la filosofía griega, cabezas de este pensamiento fueron Sócrates, Platón y Aristóteles.
Contra el agnosticismo y el ateísmo de los sofistas, Sócrates (470 – 399 a.C.), filósofo mayor que era un hombre intensamente religioso, provoca una revolución intelectual al colocar cuestiones morales en el centro de la realidad Su descubrimiento de la inteligencia racional y el orden natural lo lleva al inexorable reconocimiento de la divinidad. La existencia de un orden cósmico requiere un factor ordenador del cosmos, superior al hombre. Postula pues la existencia de agentes divinos o dioses intermedios y un Dios supremo, que ordena al mundo y lo mantiene unido. Dios es entonces eterno y vela por los asuntos de los hombres hasta el último detalle. Sócrates intuyó la unidad de Dios que concebía como ser supremo, creador y providente. Como el alma humana, Dios es invisible, pero se manifiesta en sus efectos.
Sócrates creyó que la verdad existe y no es cambiante, sino perenne, haciendo posible un conocimiento estable y universalmente válido, que el hombre podía poseer con sólo perseguir el método indicado. Ese método consistía en el intercambio y análisis de las opiniones hasta que pudiese destilarse la esencia de la verdad perceptible para todos. De esta forma podían descubrirse los principios constantes de la justicia y el derecho, independientemente de los deseos egoístas de los humanos. El descubrimiento de tales reglas racionales generaría una regla de infalible vida virtuosa ya que negaba que alguien pudiera elegir el mal conociendo el bien. Dirá Sócrates: “Sólo sé que no sé nada”. A partir de allí, el método consistía en practicar la ironía o arte de hacer preguntas tales que hagan descubrir al otro su propia ignorancia, cayendo en cuenta de lo absurdo de su posición para que advierta que no sabe. Luego se aplica la mayéutica o arte de hacer peguntas tales que el otro llegue a descubrir la verdad por sí mismo. El método socrático se encamina a la construcción de definiciones, las cuales deben contener la esencia inmutable de la realidad investigada.
Sócrates aporta de modo trascendente a la cultura occidental al asentar la ética como fundamento social. Entiende Sócrates que el saber y la virtud coinciden, razón por la que no cifra ya la moral en la religión ni en las leyes del Estado. Entonces, todas las leyes, como ordenaciones humanas, pueden cambiar, pero la moralidad es absoluta. Ello significa abolir el antiguo orden del mundo, razón por la que finalmente es condenado a muerte. Con todo, el conocimiento más importante de todos es el conocimiento de sí mismo. Sentencia pues la máxima obligación moral: “Conócete a ti mismo”.
Platón.
De nombre propio Aristocles, aunque conocido como Platón (427 – 347 a.C.), filósofo discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, recibe las ideas religiosas de Sócrates y añade su complejo razonamiento que va del movimiento físico a una causa que engendra el movimiento. Entiende que ésta es una causa racional que sostiene todo el orden cósmico y vela por todos los asuntos de los hombres. Esta causa racional es perfecta, autora del bien, invariable e incapaz de engaño. Es el modelo de la acción humana y deberíamos tratar de aproximarnos a estos atributos divinos dentro de lo posible. Platón sentencia: “Dios, no el hombre, es la medida de todas las cosas”.
El objetivo de Platón era desarrollar sus ideas filosóficas para superar la teoría del flujo desordenado y establecer una idea de universo intencional y espiritual. Intentaba superar el relativismo y el escepticismo mediante la instauración de una ética. Recogió en su filosofía la sabiduría antigua, definiéndola con arreglo a su pensamiento, y llegando a definir como ejes las “Ideas” o realidades inteligentes, universales, inmutables y eternas, que para él eran una ciencia aparte: la dialéctica.
Estructuró pues la doctrina de las Ideas. Admitió que la relatividad y el cambio constante son característicos del mundo de las cosas físicas (las cuales son percibidas a través de los sentidos) pero negó que ese mundo fuera el universo completo. Según él hay una región más elevada y espiritual, compuesta por figuras eternas e Ideas que sólo la mente puede percibir. Ellas no son mera abstracciones intelectuales urdidas por el hombre sino sustancias espirituales. Cada una es el arquetipo o molde de alguna clase particular de objetos con relaciones entre los objetos de la tierra. Hay así Ideas de hombre, árbol, tamaño, forma, color, belleza, justicia, etc. La más elevada es la Idea de Dios, causa activa y propósito guía de todo el universo. Las cosas que percibimos por medio de nuestros sentidos son copias imperfectas de las supremas realidades: las Ideas.
Por tanto, según Platón, la verdadera virtud tiene su raíz en el conocimiento. Pero el conocimiento derivado de los sentidos es limitado y variable; de aquí que la verdadera virtud consista en una comprensión racional de las eternas Ideas de bondad y justicia. Por tanto, al relegar lo físico a un plano inferior, Platón dio a su ética un eje ascético. Consideraba al cuerpo como un obstáculo para la mente, pensando que sólo la parte racional de la naturaleza humana es noble y buena. No demandó sin embargo -como otros de sus seguidores- la supresión de apetitos y emociones, sino que recomendó su subordinación estricta a la razón. Así, rechazó el materialismo y el mecanicismo. Concibió el universo como espiritual en su naturaleza y gobernado por propósitos inteligentes.
Creyó en la inmortalidad del alma y preexistente desde la eternidad, que sería movida por tres fuerzas: la de la razón, el ánimo y el apetito. Su concepción se aproxima a veces a la idea cristiana. Sin más, su original concepción del Estado lo expone como el primer filósofo político. Construyó un tipo ideal de Estado, en el que se sacrificasen los egoísmos al bienestar de la comunidad, sobre bases económicas y sociales.
Aristóteles.
Aristóteles (384 – 322 a.C.), considerado fundador de la lógica, impulsor del método científico y maestro de Alejandro el Grande, desarrolla una concepción teleológica del universo, donde lo espiritual no eclipsaba la corporeidad material sino que forma y materia es la unión de ambas entidades lo que da al universo su carácter esencial. En el campo metafísico, entiende que la ciencia no sería posible si lo universal no se hallara en las cosas. La posibilidad alcanza así a los seres antes de existir, y de ello se derivan los conceptos de acto y potencia El movimiento es el estado del paso de la potencia al acto. Todos los seres, menos Dios, se hallan compuestos de estos dos principios. Además de estos principios activos intrínsecos, Aristóteles señala otros dos extrínsecos, el eficiente y el final.
Además, Aristóteles admitió la existencia de Dios y la consideró necesaria como causa primera de todo lo creado. Dios era motor primero, fuente primaria del movimiento intencional contenido en las formas. No era un Dios personal pues se trataba de una inteligencia pura desprovista de sentimientos, voluntad y deseos. Sin embargo, Aristóteles era fatalista y creía que el mal moral y físico eran indispensables como consecuencia de los trastornos que ocurren en el universo. Asimismo, para Aristóteles, el alma se distingue claramente del cuerpo, aunque no es independiente de éste. Todas las funciones del espíritu, excepto la razón creadora, dependen del cuerpo y perecen con él. Aristóteles no tomó al cuerpo como prisión del alma ni creyó que los apetitos físicos fueran necesariamente malos por sí mismos.
Apreció así Aristóteles que la razón es la más alta facultad cognitiva. El hombre puede pensar y elegir por sí mismo. Afirmó pues que el más preciado bien del hombre consiste en su autocomprensión, esto es, en la comprensión de la parte de su naturaleza que lo distingue como humano. La autocomprensión está identificada con la vida de la razón. El cuerpo debe ser mantenido en buen estado de salud y las emociones bajo adecuada vigilancia. La solución era encontrar la “áurea medianía”, concebida ésta cual estado de equilibrio entre la excesiva indulgencia y la negación ascética. El principio aristotélico era: “Nada en exceso”.
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