martes, 26 de enero de 2016

Cultura y Civilización Judía

Cultura y civilización judía.





Conforme a la Biblia (byblos, papiro), en el Antiguo Testamento, los primeros orígenes de esta religión aparecen en Mesopotamia unos dieciocho siglos antes de la era cristiana. En consecuencia, implicando profundas transformaciones, el judaísmo se configuraría a lo largo de una historia milenaria. Teniendo por base un pueblo llamado “habiru”, nombre que se relaciona con la palabra bíblica “hebreo”, desde la más remota edad hasta el año 1.100 antes de Cristo, se constituye una fase premosaica caracterizada por la preeminencia del animismo o devoción por espíritus que moraban en las montañas, árboles, manantiales y piedras de forma peculiar, sosteniéndose distintas prácticas mágicas como la nigromancia, la magia imitativa, los sacrificios de víctimas propiciatorias y otras. Gradualmente, correspondiendo a lugares y tribus distintas, el animismo cedió lugar a los dioses antropomórficos, donde muy pocos tenían nombre propio y eran sólo designados como "El", esto es, "Dios". En esta época no se conoció el culto a Jehová.


Luego, desde el siglo duodécimo hasta el noveno antes de Cristo, se configura un período de monolatría nacional, caracterizada por la adoración predominante de un dios, sin perjuicio de la adoración de otros. Merced a la influencia de Moisés, su conductor; los hebreos reverencian a un dios nacional que era denominado “Jhwh”, concepto pronunciado como “Jahveh”. Durante la época de Moisés, y durante dos o tres centurias más, Jehová fue una deidad muy particular ya que en su origen ni siquiera correspondió a una deidad propiamente hebrea, pues parece haber sido tomado de los kenitas, pueblo del desierto próximo al monte Sinaí. No obstante, fue concebido antropomórficamente, esto es, con un cuerpo físico y cualidades emotivas del ser humano. Era pues tornadizo e irascible, tan capaz de maldad y castigo como de benevolencia. Sus leyes solían ser arbitrarias e imponía penas tanto al que pecaba inconscientemente como a aquel cuya culpa era real. La omnipotencia era un atributo al cual apenas podía aspirar, dado que su poder se limitaba al territorio ocupado por sus devotos. Pese a sus limitaciones, los hebreos rendíanle acatamiento y sumisión como a su único guía y salvador, protector de huérfanos y viudas y activo vengador de los males recaídos sobre la nación.



Como se aprecia, esta fase no se destacó por su religiosidad, eticidad o profundidad espiritual. Los diez mandamientos, dictados por Jehová a Moisés desde lo alto del monte Sinaí, aparecieron en realidad en época bastante posterior. Aunque en los tiempos mosaicos debió haber existido un más primitivo decálogo, el del Exodo es, ciertamente, no anterior al siglo séptimo. Para el Jehová mosaico fue menos importante la pureza del alma que la observancia de la ley y la fiel ejecución del sacrificio. Además, la religión no estaba virtualmente afectada por elementos espirituales. No ofrecía nada, salvo un reconocimiento de índole material para este mundo, y absolutamente nada para lo futuro. Finalmente, la monolatría estaba mezclada con ciertos matices de fetichismo, magia y otras supersticiones mayores, provenientes de tiempos pasados o adquiridos por el contacto con otros pueblos vecinos. Variaban estas prácticas, desde la adoración de la serpiente, hasta los sacrificios y orgías propiciatorias de fertilidad.


Hacia el siglo IX antes de Cristo, la fe hebrea requería una reforma pues la superstición y la idolatría habían tomado cuerpo hasta un punto tal, que el culto por Jehová apenas se distinguía del culto de los fenicios por Baal. El mismo cántico de Moisés, después de pasar el Mar Rojo, preguntaba: "¿Quién como tú, Yavé, entre los dioses? ¿Quién como tú, glorioso y santo, terrible en tus hazañas, autor de maravillas? (Éxodo 15:11). El mismo decálogo, en su primer y segundo mandamiento indicaba: "No tengas otros dioses delante de mí... No te postres ante esos dioses, ni les des culto, porque Yo, Yavé, tu Dios, soy un Dios celoso. Yo castigo hijos, nietos y biznietos por la maldad de los padres cuando se rebelan contra mí " (Éxodo 20:3 - 20:5). Los primeros en sentir la necesidad de una reforma fueron los dirigentes de sectas ascéticas como la de los nazarenos y la de los recabitas. Denunciaron la corrupción y clamaron por la restauración de la sencilla fe de sus progenitores. Para recalcar su odio hacia todo lo extraño, condenaron todos los refinamientos de la vida civilizada y presionaron al pueblo para que habitara en tiendas de campaña. Su obra fue proseguida por el predicador Elijab, que arrancó a los sacerdotes de los altares destinados al culto de Baal y les dio muerte. No obstante su cruzada contra los cultos extranjeros, Elijah no negaba la existencia de estos dioses, pero insistía en que Jehová era el dios de la virtud y la única deidad a la cuál los hebreos debían rendir culto.


Así sobreviene la revolución operada por los profetas Amós, Oseas, Isaías y Miqueas. Esta etapa abarca los siglos VIII y VII antes del advenimiento de Cristo. Los grandes profetas no demandaron un retorno a la pretérita simplicidad, sino que por el contrario, pensaron que el sistema religioso debía ser enriquecido con el aporte de una filosofía y de una nueva concepción de los fines a los cuales la misma pretendía servir. Proclamaron por tanto el monoteísmo, de modo que Jehová es el Señor del universo, y los dioses de otros pueblos no existen. Precisan además que Jehová es el dios de la rectitud, de manera que no es en verdad omnipotente pues su poder está restringido por la justicia y la bondad; lo malo del mundo no fluye de Dios sino de los hombres. Establecen por tanto que los fines de la religión son primordialmente éticos, de manera que Jehová no exige sacrificios ni rituales, sino que del hombre solamente espera que trate de hacer justicia, aliviar oprimidos, socorrer huérfanos y defender viudas.


Estas doctrinas repudiaban de modo definido todo cuanto había impuesto la antigua ley. En otras palabras, su aceptación implicaba un vuelco religioso, con un poderoso alcance político y social. Se extirparon así flagrantes formas de opresión y aniquiló elementos bárbaros filtrados de fuentes extranjeras. No obstante, ni aún así la religión hebrea había alcanzado entonces los caracteres que singularizarían al moderno judaísmo puesto que encerraba un mínimo de espiritualidad y misticismo. De hecho, no era sobrenatural y tendía hacía esta vida ya que sus fines eran sociales y éticos: promover la existencia de una sociedad justa y armoniosa, junto con destruir la inhumanidad del hombre para con su igual. No aspiraba a otorgar la salvación en un más allá. No hubo entonces creencias en un cielo o en un infierno, ni en Satanás como en opositor de Dios. Las sombras de los difuntos bajaban al “Sheol” y permanecían allí un cierto tiempo entre las brumas, para luego desaparecer.





Así, el año 701 a. C., el rey asirio Senaquerib le arrebató territorios a Judá, y los judaítas habrían sufrido el destino de los israelitas de no haber sido porque el año 625 a. C. los babilonios, bajo Nabopolassar, reafirmaron su control de Mesopotamia, creándose un vacío de poder. Aprovechándose entonces de la decadencia del imperio asirio, Josías (640-609 a. C.), decimosexto rey de Judá erigido en reformador (Judá es uno de los doce hijos de Jacob, considerado padre de la tribu de Judá), emprende la reconquista del territorio de Israel que había pasado a ser una provincia asiria hacía ya cien años. En su intento de crear un poder central fuerte destruyó los ídolos y santuarios provinciales sospechosos de sincretismo. Comenzó luego un programa de reparación del Templo de Yahvé en Jerusalén, proceso durante el cual el sumo sacerdote Hilquías halló el "Libro de la Ley”, que resultaba ser lo esencial  del Génesis, Exodo y Deuteronomio. Es entonces, el año 625 antes de Cristo, cuando Josías, rey de Judá, formalmente actualiza la alianza y  procedió a decretar el monoteísmo judío.


Los ideales de la revolución profética representaron quizás la más alta cima de la religiosidad hebrea. No obstante, degeneró nuevamente a causa de los efectos disolventes de filtraciones extrañas. Durante el período del cautiverio en Babilonia, desde 586 hasta 539 a. C., como resultado de su asociación con los neobabilonios, los judíos adoptaron ideas de fatalismo, pesimismo y trascendencia de la entidad divina. Ya no concibieron a Jehová como íntimamente compenetrado con los ideales colectivos de su pueblo, sino como un ser omnipotente, lejano, y con una esencial característica: la santidad. Sus designios no eran los del hombre, ni sus caminos los de los simples mortales. Deber primero era, pues, someterse a sus inescrutables determinaciones. Estos postulados fueron considerados en el Libro de Ezequiel, en el Deuteronomio y en Isaías, los cuales datan de la era babilónica, así como en el Libro de Job, escrito un centenar de años más tarde. Además, el formalismo religioso se vio también  profundamente alterado. En un supremo esfuerzo por preservar la pureza de los judíos como nación, sus conductores revivieron costumbres y observancias que pudieran distinguirlos entre los demás. Se dio una especial importancia a la celebración del sábado, a las formas del culto en las sinagogas, a la práctica de la circuncisión y a la detallada clasificación de los alimentos en puros e impuros. El aumento progresivo de las normas concernientes al ritual, incrementó de manera considerable el poder de los sacerdotes. El judaísmo se transformó así en una religión de tipo eclesiástico.


La fase final de la evolución religiosa hebrea la constituyó el período del postexilio, marcado por el influjo persa, del mazdeísmo dualista, mesiánico, sobrenatural y esotérico, que se extendió entre 539 y 300 a. C. aproximadamente. Durante los años posteriores al destierro, estas ideas ganaron prestigio y tuvieron una difundida aceptación entre los judíos. Hicieron suya la creencia en Satán, considerado el gran adversario y genio del mal. Desarrollaron una particular escatología, la que incluía nociones como la llegada de un salvador, la resurrección de los muertos y el juicio final. Orientaron su anhelo hacia una salvación en un transmundo, antes que hacia el goce en la vida presente. Por último, abrazaron el concepto de una religión revelada. Con el tiempo se consolidó la idea de que varios otros libros sagrados habían sido dictados directamente por Jehová a algunos de sus elegidos. Con la adopción de tales ideas, el credo hebreo se distanció del monoteísmo simple y de la rudimentaria concepción ética de los tiempos proféticos.


De esta forma, el judaísmo se constituyó finalmente cual creencia religiosa basada en el monoteísmo o afirmación de la existencia en un Dios único, creador del universo. El monoteísmo tiene un fundamento bíblico en tanto se sentencia: “Escucha, Israel: El Señor es nuestro Dios, el Señor es nuestro Dios, el Señor es uno solo” (Deuteronomio 6, 4:5; Isaías 43, 10-13). A su Dios los judíos lo designan por el tetragrámaton YHWH al que, agregándole las vocales correspondientes, da el nombre sagrado de Yahveh o Jehová, nombre considerado santo y no representable, razón por la cual es llamado “Adonai”, es decir, “el Señor” o “mi Señor. Además, el judaísmo se configura cual monoteísmo revelado, instancia que se entiende es fuente del pacto o alianza que determina la elección de Israel por parte de Dios como el “pueblo elegido”, acto de libre elección de Dios para permanecer junto a él y formarlo como pueblo santo, de sacerdotes consagrados, ejemplo para toda la humanidad. En esta perspectiva, la acción de Dios en el mundo tiene un designio salvífico. Afirmó pues el judaísmo la espera del Mesías anunciado por los profetas del período de los reyes. Pero los judíos no creyeron en Cristo, al cual rechazaron, siguiendo apegados a su ley mosaica y promesa de la venida de un Mesías, al cual aún continúan esperando.





Asimismo, la revelación divina y su depósito en un pueblo elegido es registrada en la Torah o libro de la ley de Dios, compuesta por los cinco primeros libros de la Biblia: el Génesis, el Éxodo, el Levítico, los Números y el Deuteronomio, considerados revelados a Moisés. Al efecto, al constituir la Torah la enseñanza y doctrina que es ley, comprende normas civiles, penales, religiosas, naturales y morales. El fundamento de la ley es pues la revelación divina. En ella hay 613 preceptos denominados “mitzvot”, enseñanza guardadora de la Torah que abarcan aspectos muy variados de la existencia humana y están orientados a producir en el hombre la santidad (kedushá). A esto se agrega el Talmud o estudio de la ley que constituye una amplísima colección de material jurídico y ritual sobre todos los aspectos de la vida hebrea, privada y pública. De este modo, se comprende que “Yahveh, la Torah e Israel” vienen a ser “uno solo”, donde ninguno de ellos existe solo. Por eso es que la religión judía, la cultura judía y la comunidad judía y la comunidad judía son igualmente una, no tienen sentido separadas.


Sin más, en el transcurso de la historia antigua de Israel fueron surgiendo dos posiciones en torno a cuál era el sentido de la Torah en los asuntos del Estado judío. Aparecen los saduceos enfrentados a los fariseos. Los fariseos piensan que el Estado debe desarrollarse y vivir en estricta armonía con la Torah. Los saduceos estiman que los principios de la Torah deben armonizarse con la experiencia política y económica de cada período histórico. Estas actitudes significaban en el fondo mantener distintas concepciones de Dios. Para los saduceos Dios era un dios nacional, para los fariseos era un dios universal. Para los saduceos, Yahveh era Dios sólo de Israel, para los fariseos, en cambio, era el Dios de toda la humanidad. Por otra, parte, los fariseos creían en la inmortalidad del alma y la resurrección de los muertos; en cambio los saduceos negaban la resurrección. Después de la destrucción del templo, los saduceos van desapareciendo y los fariseos se adueñan de la fe judía.
Con todo, el judaísmo no exige tener fe en creencias reveladas, ni en un sistema de dogmas. Se trata de una ortopraxis, es decir, de una legislación revelada que compromete al judío a la observancia de la ley codificada en la Biblia y en las enseñanzas de los antiguos maestros, observancia cuyo objetivo es hacer cumplir la justicia de Dios en este mundo. Se configura un sistema de preceptos y normas que regulan toda la vida del judío, de donde la forma de vida, tanto en el sentir como en el actuar, se inspira en la comunión con Yahveh. Se entiende pues que “el judío no se hace, sino que se nace judío”, porque el judío se empapa de la fuerte tradición desde su nacimiento.


No hay en el judaísmo pues una profesión posible de fe; aparte del misterio de Dios, no se presentan otros misterios, tampoco sacramentos, y es que el judaísmo es una doctrina que funda un monoteísmo ético. Asumen como signo distintivo el guardar el sábado (shabath, más año sabático cada siete años de trabajo). En el judaísmo existen también las llamadas leyes dietéticas (Kashrut) que implican cumplimiento de aquellas disposiciones contenidas en el Pentateuco que prohíben comer de aquellos animales considerados impuros. Los alimentos permitidos se designan como “kásher”, drenada de contenido sanguíneo. La fiesta mayor y más tradicional de Israel es la Pascua (Pesaj), celebrada con cena familiar, que conmemora la salida de Egipto rumbo a la libertad. También celebran “Hanukkah”, la fiesta de las luces, en memoria de la victoria de Judas Macabeo sobre los sirios y la consagración del nuevo templo el año 164 a.C.


El judaísmo, como doctrina religiosa, independiente de sus vertientes internas, constituye un elemento capaz de mantener unida a la nación israelita. Es por esto que también la nación judía conserva su cultura. En este contexto, Theodor Herzl (1860 – 1904) postuló en su momento que los judíos estaban forzados a constituir su propio Estado. A este objeto conforma la “Organización Mundial Sionista” y configura al sionismo como movimiento político de significación mundial. En el “Primer Congreso Internacional Sionista” realizado durante 1897 en Basilea, Suiza, se diseñó un programa de acción para constituir el Estado de Israel en la Patagonia o Palestina. Así, previa guerra de independencia contra el Imperio británico, los países árabes y mediando las circunstancias de la segunda guerra mundial, finalmente el Estado de Israel es establecido el año 1948, en el Oriente próximo.

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